“Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús.” Mateo 14:28.

Imagino al apóstol Pedro escribiendo en su diario las experiencias que tuvo con Jesús.

“Queridos hermanos y hermanas que llegarán a leer estas palabras, soy Pedro, sí, el pescador rescatado por la gracia de Jesús. Hoy me pasó algo fascinante, espectacular. Si no lo cuento ¡exploto!

Todos los discípulos de Jesús salimos en la barca de mi familia al otro lado del lago de Genesaret. En realidad le decimos Mar de Galilea porque es bastante grande como para decirle solo lago. Jesús nos dijo que se reuniría con nosotros más tarde. No quise preguntar sobre sus motivos y tampoco en qué barca llegaría. En fin, los doce salimos hacia allá. A la mitad de nuestro viaje se levantó una tormenta feroz. Entraba agua por todos lados. Todos intentamos hacer algo porque sabíamos que teníamos pocas probabilidades de salir vivos. Hasta Tomas dejó sus dudas y nos ayudó a mantenernos a flote.

De pronto vimos que algo se movía, venía caminando sobre las olas hacia nosotros y creímos que era un fantasma, pero al acercarse un poco más nos dimos cuenta que era ¡Jesús! Con su voz inconfundible nos dijo: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” Wooow… ¡¿Jesús también camina sobre el agua?! ¡Increíble! Enseguida me olvidé de la tempestad. Me fascinaba ver caminar a Jesús. Era como si el agua se hiciera hielo bajo sus pies.

Desde la barca le grité: “¡Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”! Y para mi sorpresa la respuesta fue: “Ven”. Para serles honesto, no lo pensé mucho. Simplemente obedecí. Pegué un salto y no sé si me creerán, pero… ¡el agua estaba firme bajo mis pies! ¡Qué sensación extraordinaria! Pero de repente, una ola golpeó mi cara y me di cuenta que era una locura lo que estaba haciendo. Entonces, en un instante, mi atención volvió a estar en la tormenta. Al dar lugar al temor y a la razón sobre la fe, comencé a hundirme. Jesús se dio cuenta y se acercó para darme la mano, levantarme y ayudarme a volver a la barca. Después de esto, me hizo una pregunta que hasta el día de hoy resuena en mis oídos: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”

Algunos de mis amigos estaban tentados a burlarse de mi fracaso, pero yo les dije: “Muchachos, ¿qué hacían ustedes en la barca mientras yo paseaba con Jesús sobre las aguas?” Silencio.

De esa experiencia aprendí que si Jesús da una palabra la cumple y no hay nada imposible para Él; pero que yo debo tener una fe real. Como dijo el Señor: “Al que cree, todo le es posible”. Y tú, ¿crees?

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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