“Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” Daniel 4:35.

¿Sabes quién fue el que dijo esta frase? Parece de algún salmista, rey de Israel o un profeta, pero no, fueron palabras del pagano Nabucodonosor, rey de Babilonia.

Dios había permitido que este rey tuviera mucho poder y fuera el instrumento para disciplinar a Israel por sus pecados. Pero Nabucodonosor debía reconocer que todo lo que tenía, todos sus logros, se los había concedido Dios.

En cierta ocasión, tuvo un sueño extraño. Un árbol era cortado pero sus raíces permanecían por un tiempo hasta que renacía otra vez. Ningún mago, adivino, sabio o astrólogo pudo interpretar su sueño. Así que llamó a Daniel y le pidió ayuda. Cuando Daniel escuchó el sueño, sus pensamientos se turbaron porque Dios le estaba revelando que ese árbol era el rey. A Nabucodonosor le sería quitado su reino por siete años, e iba a vivir a la intemperie como una bestia salvaje. ¡Imagínate tener que decirle esto al rey! Daniel fue fiel al mensaje, no se guardó nada, y además le aconsejó al rey arrepentirse de sus pecados.

La profecía no se cumplió inmediatamente. Pasó una semana y ni rastro de algún complimiento. Un mes, dos, seis meses. Imagino que la gente se burlaría de Daniel. “¡Qué pasó interprete, parece que el rey sigue siendo humano!”. “Que el rey va a vivir como un animal… ¡Te pasaste profeta!” Sin embargo, al cabo de un año, la profecía se cumplió al pie de la letra. “Al cabo de doce meses, paseando en el palacio real de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación… hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere”. (Daniel 4:29-32)

Al fin de siete largos años, Dios le devolvió la razón al rey, y reconoció con humildad a Dios como el Creador y Dueño de todo. Al final de sus días, estas fueron sus palabras: “Ahora yo, Nabucodonosor, alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia” (v. 37).

Dios no comparte su gloria con nadie, solo Él es digno de recibirla. Es Soberano, cuyo reino es eterno e inquebrantable, y su voluntad se cumple al pie de la letra. Si somos humildes de corazón debemos reconocerlo en todos nuestros caminos y darle la honra y alabanza que se merece.

Nunca olvidemos que todo lo hemos recibido de Él y le pertenece a Él. ¡Toda la gloria al Señor de nuestras vidas! ¡Aleluya!

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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