“Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios. Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche…” 1 Reyes 19:8-9.

Elías estaba escapando de una mujer que lo quería matar. ¡Jezabel! Hasta su nombre da escalofríos. Se sintió solo y abandonado a tal punto que se metió en una cueva. Pero allí no había palabra de Dios, no había renovación, no había fortaleza.

Meternos en una cueva es encerrarnos y sentir pena de nosotros mismos, es creer que ya no hay esperanza, ni solución para nuestra situación.

Nos metemos en una “cueva” cuando revivimos momentos difíciles. Cuando pensamos que nadie nos ama ni se preocupa por nosotros. Cuando creemos que cualquier intento de salir adelante siempre terminará en un fracaso. Cuando le tenemos miedo al futuro. Tú puedes continuar con la lista.

En la cueva sólo tenemos nuestra perspectiva de las cosas. No podemos ver lo que Dios ve.

Dios se preocupó por Elías cuando se encerró en la cueva. Lo llamó, le preguntó qué le pasaba y lo sacó de ese lugar. No podía mostrarle nada mientras permaneciese allí. No hay visión en la cueva, no hay futuro, no hay esperanza. ¡Hay que salir de allí!

Fuera de su lugar de encierro, Elías recibió nuevas fuerzas, palabra de Dios y supo que no estaba solo. Renovado por Dios siguió sirviéndole hasta que un carro de fuego lo arrebató y lo llevó al cielo.

Déjame preguntarte ¿cuál es tu cueva? ¿Estás en un momento de tu vida en que todo lo ves oscuro? Tienes dos opciones: O te dejas robar por el enemigo y vives bajo el peso de las cargas que seguirá poniendo sobre ti, o decides salir de allí para vivir bajo la presencia de Dios y recibir los beneficios de ser su hijo.

Cortesí­a Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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