“Y Nahas amonita les respondió: Con esta condición haré alianza con vosotros, que a cada uno de todos vosotros saque el ojo derecho, y ponga esta afrenta sobre todo Israel”. 1 Samuel 11:2.

Una gran zona de Israel estaba sitiada por los amonitas y creyeron que no podrían vencerlos, entonces le dijeron a Nahas, el líder enemigo, que se rendirían si hacían una alianza pacífica con ellos. ¡Qué escena triste! En lugar de buscar la ayuda de Dios, pensaron que esa era la mejor salida. Así que sus enemigos establecieron los términos de esa alianza: Quitarle a cada uno su ojo derecho.

¿Qué quería lograr el enemigo con esto? Por un lado, era una forma de humillar a Israel. Esa marca sería una señal para toda la vida de debilidad, vulnerabilidad y derrota.

En segundo lugar, los haría incapaces de pelear cualquier otra batalla cuerpo a cuerpo porque perderían visión y percepción de profundidad. Los guerreros siempre llevaban la espada en la mano derecha y el escudo en la izquierda. Durante un combate, al protegerse con el escudo se cubrían también el ojo izquierdo y veían a su enemigo con el derecho. Eso significaba que si les faltaba el ojo derecho, al cubrirse con el escudo no verían nada.

Hay mucho simbolismo entre esta historia y Satanás, el enemigo de Dios y de su pueblo. Es interesante notar que el nombre “Nahas” en el original significa “serpiente o víbora”.

Satanás quiere avergonzarnos, que nos sintamos débiles y vulnerables, que seamos incapaces de pelear las batallas espirituales. El diablo tratará siempre de quitarnos la visión espiritual, que no veamos la manera en la que se mueve. Por eso es importante mantenernos con los ojos puestos en Cristo, porque al momento en que ponemos la mirada en las cosas terrenales, perdemos visión y caemos fácilmente en sus trampas.

Satanás es muy astuto y usa a personas para intimidarnos, avergonzarnos, atemorizarnos, provocarnos ansiedad, dudas que llevan a la incredulidad a través de “evangelios” distorsionados; todo lo que tenga a su alcance para que perdamos la fe. Pero sabiendo esto, debemos levantarnos y resistirle. El Espíritu Santo nos da poder para desarticular todas sus artimañas.

Al final de la historia, leemos que el pueblo tomó las armas y derrotaron a los amonitas. “Aconteció que al día siguiente dispuso Saúl al pueblo en tres compañías, y entraron en medio del campamento a la vigilia de la mañana, e hirieron a los amonitas hasta que el día calentó; y los que quedaron fueron dispersos, de tal manera que no quedaron dos de ellos juntos” (v.11).

El secreto de nuestra victoria está en mirar al Vencedor y permanecer firmes en la posición que nos ha dado. “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. Hebreos 12:2a.

Cortesí­a Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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