“Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” Filipenses 2:8-11.

Jesús decidió voluntariamente dejar su gloria para venir a este mundo perdido para darle salvación. El Hijo de Dios no necesitaba venir, nosotros necesitábamos que Él viniera. Nadie le pidió a Dios que hiciera algo para librarnos de la muerte y del pecado, Él tomó la iniciativa por amor y mandó a su Hijo Unigénito para que tú y yo tengamos vida.

Lo que Cristo pasó en la cruz fue terrible. A veces miramos películas que han intentado recrear ese momento y nos cuesta mantener la mirada en imágenes de tanto dolor y sufrimiento. Jesús sabía lo que iba a pasar y aun así fue a la cruz por amor a nosotros.

Su sufrimiento se llevó el nuestro; su muerte cambió nuestra muerte espiritual por vida eterna. El precio del rescate ya se pagó. El sacrificio fue completo y perfecto, no hay nada más que agregar. La justicia divina está satisfecha y nuestra condenación está cancelada.

Pero su obra no terminó en la cruz ni en el sepulcro. El domingo temprano logró la victoria sobre la muerte física resucitando con poder. Los arqueólogos podrán seguir buscando sus huesos, pero nunca los van a encontrar. ¡Ahora Jesús está sentado en su trono reinando eternamente y para siempre!

Los que le hemos recibido como Salvador y Señor de nuestras vidas hoy le adoramos, pero un día todo el mundo comparecerá ante su Trono y allí ¡toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es el Señor! ¡Aleluya!

¡Exaltemos al que vive para siempre y nos ha dado vida para adorarle eternamente!

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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