“Nuestra alma espera a Jehová; nuestra ayuda y nuestro escudo es él. Por tanto, en él se alegrará nuestro corazón, porque en su santo nombre hemos confiado. Sea tu misericordia, oh Jehová, sobre nosotros, según esperamos en ti.” Salmo 33:20-22.

Al final del versículo 20 hay una declaración de protección segura: “Él es nuestro escudo”. Los escudos en la antigüedad servían de protección a corta distancia cuando los ataques eran cuerpo a cuerpo, pero también a larga distancia, cuando un ejército enemigo arrojaba flechas sobre los soldados.

Efesios 6:10-18 dice que debemos estar firmes en nuestra confianza en Dios y que debemos tener la armadura espiritual puesta en todo tiempo. Una parte vital de esa armadura es el escudo de la fe “con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”.

Vivimos tiempos turbulentos y el diablo sabe qué “dardos” dispararnos. Hay dardos de duda que nos quieren generar incertidumbre acerca de nuestro futuro. Hay dardos de malos pensamientos, porque Satanás no dejará de tentarnos. Hay dardos de palabras envenenadas que pueden venir contra nosotros de personas que tienen el corazón lleno de amargura. Hay dardos de mala comunicación, que intentan tergiversar nuestras palabras y cambiar el sentido de lo que decimos.

Sin el escudo de la fe, estos dardos pueden destruir nuestra relación con Dios y con los que nos rodean, por eso necesitamos estar alerta y con el escudo de la fe alto para permanecer firmes.

Que podamos decir como el salmista David en momentos de incertidumbre: “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio” Sal. 18:1-2.

Cortesí­a Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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