“Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba y descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma.  Y cuando había pasado Peniel, le salió el sol; y cojeaba de su cadera”. Génesis 32:24-25,30-31.

La luz del nuevo amanecer permitía ver la silueta de un hombre que caminaba cabizbajo, a paso lento y  cojeando. Era el patriarca Jacob que volvía a su familia distinto de como se había ido. Algo había cambiado, no solo su apariencia sino también su corazón.

Antes de Peniel, Jacob caminaba siempre erguido, con la cabeza alta, pensando en la próxima estrategia que usaría para salvar su pellejo. Había aprendido a arreglárselas solo, a sobrevivir usando estrategias dudosas. Pero después de su lucha con el ángel no fue el mismo, nunca más pudo caminar con el orgullo que le caracterizaba.

Jacob aprendió a depender de Dios. Su autosuficiencia había recibido un golpe mortal. Su cojera llegó a tiempo. Su debilidad humana dio lugar a la fortaleza divina.

Hay cojeras que Dios ha permitido en nuestras vidas con propósito. Sin ellas no estaríamos a su lado, no tendríamos el deseo de buscarle, ni dependeríamos de Él. El mismo apóstol Pablo al orar por su aguijón recibió esta respuesta de parte del Señor: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. (2 Corintios 12:9a).

Si Dios ha decidido que convivas con esa “cojera” no te enojes con Él, sabe lo que está haciendo. Que puedas decir como el apóstol Pablo: “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. (2 Co. 12:9-10).

Cortesí­a Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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