“Sin embargo, si digo que nunca mencionaré al Señor o que nunca más hablaré en su nombre, su palabra arde en mi corazón como fuego. ¡Es como fuego en mis huesos! ¡Estoy agotado tratando de contenerla! ¡No puedo hacerlo!” Jeremías 20:9.

La situación de un profeta en la época de los últimos reyes de Judá era terrible. Jeremías debió confrontar a prácticamente todo el pueblo. A excepción de unos pocos que permanecían fieles a Dios, todos conspiraban contra él.

Jeremías era una persona importante dentro del pueblo debido a su genealogía. (Jeremías 1:1). Sin embargo, la situación espiritual era tan caótica que el profeta fue metido en la cárcel, inmovilizado con  un cepo, tirado a una cisterna, y finalmente prisionero en el patio del rey. Si Dios no le hubiera protegido habría muerto mucho antes de la caída de Jerusalén.

Jeremías vio el pecado de su pueblo y se quebrantó. Ya no sabía que palabras usar para que se arrepintieran. Hasta que un día entró en un estado de depresión muy fuerte, incluso maldijo el día en que nació.

La verdad es que bajo las condiciones en que se encontraba, lo lógico era callarse, dejar de obedecer a Dios, pero no pudo. Leemos que la Palabra de Dios se volvió como un “fuego en sus huesos”. Dentro de él había un fervor imposible de apagar. Aunque quiso dejar de proclamar el mensaje, no pudo, necesitaba decir lo que Dios había puesto en su corazón.

Hoy nos hace falta esa misma pasión. Cuando la Palabra se vuelve fuego en nuestros huesos, nos sentimos impulsados a anunciarla porque sabemos que si el mundo no recibe el mensaje, no tiene esperanza de salvación.

Dios quiere levantar nuevos Jeremías, con pasión por su Palabra, que no se callen ante las burlas, menosprecios e intimidación. El Espíritu Santo está buscando hombres y mujeres dispuestos a no ser silenciados. ¿Eres uno de ellos?

Cortesí­a Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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