“Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor.” Juan 20:20.

Todos tenemos alguna cicatriz en nuestro cuerpo. Cada una de ellas forma parte de una historia que puede recordarnos alguna hazaña o también sufrimiento y dolor.

Jesús resucitó con un cuerpo transformado, indestructible, perfecto, sin embargo, mantuvo las cicatrices que le provocaron los clavos al ser crucificado y la lanza que traspasó su costado. Esas marcas quedarán visibles por toda la eternidad y nos recordarán los propósitos que cumplieron.

Sus cicatrices nos hablan de sustitución. Nosotros debíamos ir a la cruz por nuestro pecado pero Él tomó nuestro lugar. Desde el Antiguo Testamento estaba profetizado. “Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies.” Salmo 22:16. Cada vez que veamos las cicatrices de Jesús vamos a agradecerle eternamente por haber tomado nuestro lugar.

Sus cicatrices nos hablan de perdón. Jesús no fue herido por sus pecados porque jamás pecó, fue herido por nuestras rebeliones y pecados. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Isaías 53:5). Sus cicatrices manifiestan que no hay nada más que pagar. Todo lo que era necesario hacer ya lo hizo Cristo. Hay perdón de pecados por su sacrificio expiatorio.

Sus cicatrices nos hablan de restauración. Cuando somos perdonados comienza su obra de restauración, transformando nuestras propias heridas en cicatrices. “Por su llaga hemos sido curados”. Él trabaja en nuestro espíritu, alma y cuerpo. Esa restauración también es escatológica. Cuando Israel sea restaurada después de la gran tribulación llorarán al ver sus cicatrices: “Y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito.” (Zacarías 12:10). “Y le preguntarán: ¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos.” (Zacarías 13:6).

Sus cicatrices también nos hablan de una relación eterna. Cuando le des la mano a Jesús verás sus cicatrices, si le abrazas, tocarás su costado traspasado, si te postras ante Él, verás las marcas en sus pies. Será un recordatorio permanente de su amor hacia nuestras vidas y un motivo para alabarle por la eternidad. “Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.” (Apocalipsis 5:13b).

Cortesí­a Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

compartir por messenger
compartir por Whatsapp