“¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no miras la viga que está en tu propio ojo? ¿Cómo dirás a tu hermano: ‘Déjame sacar la paja de tu ojo’, cuando tienes una viga en el tuyo?” Mateo 7:3-4.

La Hermana Cleta miraba por la ventana de su casa al patio de su vecina cuando vio que colgaba sábanas recién lavadas para que se secaran al sol. Ella no podía creer lo sucias que se veían aunque las acababa de lavar. “¡Increíble! ¡Qué mujer sucia! ¡No sabe lavar la ropa! ¡Así debe estar toda su casa…!” Y mientras seguía hablando mal de su vecina se acercó un poco más a su ventana y se dio cuenta que los que estaban realmente sucios eran sus vidrios.

¿Te sientes identificado de alguna manera con la “Hermana Cleta”? Creo que todos, en mayor o en menor medida, miramos primero lo que está mal en otros, pero nos resulta difícil reconocer nuestras propias faltas. Parece que siempre tenemos un justificativo para nuestros errores.

En este pasaje el Señor deja claro que no podemos asumir el papel de jueces mientras pasamos por alto nuestros propios pecados. Y lo ilustró de manera simple: el que tiene una viga en su propio ojo no puede ocuparse de una pajita en el ojo ajeno. Literalmente puede haber una basurita en el ojo de alguien, pero obviamente no habrá una viga, sin embargo, el Señor usó estas imágenes para que no quedaran dudas acerca del mensaje que quería transmitir.

Un ejemplo de esto lo encontramos en la historia de los religiosos que llevaron ante Jesús a la mujer sorprendida en adulterio. Por supuesto ella había pecado, pero ellos actuaron como si sus vidas fueran intachables. Por eso la respuesta del Señor fue: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”.

¿Prohíbe entonces Jesús que saquemos la “paja” del ojo de nuestro hermano? No. En el versículo 5 leemos: “…saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”. Lo que Jesús nos pide es que primero tengamos la actitud correcta ante nuestras propias faltas.

Que podamos actuar como el publicano que ni siquiera se atrevía a levantar la mirada al cielo, sino que se daba golpes en el pecho y decía: ¡Dios, ten compasión de mí, y perdóname por todo lo malo que he hecho! (Lucas 18:13).

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Libro de devocionales «Tiempos de Refrigerio»
Adquiera el libro en Amazon

compartir por messenger
compartir por Whatsapp