“Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y movido por el Espíritu, vino al templo.” Lucas 2:25-27.

Simeón era distinto a los demás. Sus palabras, actitudes y acciones reflejaban algo sobrenatural en él. Lucas nos dice exactamente de qué se trataba: “El Espíritu Santo estaba sobre él”.

Este hombre tenía una relación estrecha con el Espíritu Santo. Su conducta manifestaba justicia y piedad, pero también esperanza. Sabía que si alguien podía cambiar el rumbo pecaminoso del pueblo era el Ungido de Dios, el Mesías esperado por tantos años. En uno de sus tiempos de oración diaria escuchó la voz de Dios diciéndole que iba a ver con sus propios ojos la llegada del Salvador. ¡Qué relación tan estrecha con Dios!

Esa relación no era teórica sino que se evidenciaba en sus acciones. Simeón era obediente a la voz de Dios. Cuando José y María llevaron al bebé Jesús al templo para dedicarlo, él supo que debía ir urgentemente, fue “movido” por el Espíritu. Al llegar, supo que estaba en presencia del Hijo de Dios y mientras lo sostenía en sus brazos, no solo lo bendijo sino que el mismo Espíritu Santo le dio una palabra profética acerca de la obra redentora que llevaría a cabo el Mesías.

Esta historia es un ejemplo de lo que el Espíritu de Dios hace en los que tienen una relación estrecha con Él. Jesús es el ejemplo perfecto de esa relación. Toda su obra fue hecha impulsado por el Espíritu Santo. Él se “despojó” de toda su gloria para actuar bajo el poder del Espíritu. Entonces, si el Espíritu Santo actuó con poder en Jesús, también lo hará en nosotros.

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré”. (Juan 16:7). Ahora, el Espíritu de Dios habita en todo aquel que ha recibido a Cristo como Salvador. Pero no solo vino para morar, sino a estar activo en nuestra vida cada día.

El propósito de Dios para cada uno de sus hijos es que nos rindamos al gobierno del Espíritu Santo. «Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.» (Gálatas 5:25). En otras palabras, si él vive en ti, ¡deja que te dirija!

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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