“Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Apocalipsis 2:10.

Esta es una promesa que se cumplirá cuando estemos en la eternidad. Es algo que el apóstol Pablo tenía presente siempre, incluso al momento de su muerte le aseguró a Timoteo que su carrera había acabado y que ahora le esperaba la corona de justicia. (2 Tim. 4:8).

Hay dos palabras griegas para “corona”. Una es diadema que hace referencia a la corona de un rey como símbolo de gobierno y autoridad. En el Nuevo Testamento leemos que esta corona está puesta en Jesucristo y nunca se la menciona sobre las cabezas de los cristianos. La otra palabra es stéfanos que hace alusión a la corona de laureles que recibían los atletas griegos que lograban la victoria en sus competencias. Esta es la corona que cada hijo de Dios recibirá por haber llegado a la meta.

El apóstol Pablo nos recuerda que diariamente debemos pelear la batalla de la fe y que un día recibiremos la recompensa. “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.” (1 Corintios 9:25).

Imagínate el momento en que estemos delante de Cristo y nos coloque una corona stéfanas. El gozo será desbordante, la felicidad eterna, la satisfacción de haber vivido para su gloria no tendrá límites. Sin embargo, en el mismo momento que la recibamos, sabremos que no la merecemos. ¡Todo ha sido obra del Señor!

Por eso, haremos lo mismo que los veinticuatro ancianos que vio Juan simbolizando a la Iglesia de todos los tiempos, nos postraremos ante el Señor y arrojaremos nuestra corona a sus pies. “Los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.” (Ap. 4:10-11).

Medita en lo que has alcanzado, ¿no es todo mérito de Jesús? La recompensa suprema será proclamar la gloria de Dios por toda la eternidad. ¡Digno es el Señor de recibir toda la gloria, honra y alabanza hoy y siempre!

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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