“El rey le dijo: ¿No ha quedado nadie de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia de Dios? Y Siba respondió al rey: Aún ha quedado un hijo de Jonatán, lisiado de los pies…. Y moraba Mefi-boset en Jerusalén, porque comía siempre a la mesa del rey; y estaba lisiado de ambos pies.” 2 Samuel 9:3,13.

En cierta ocasión, David expresó su deseo de hacer misericordia a la descendencia de Saúl. Si lees el pasaje con atención notarás que no me vinieron a hablarle de una necesidad, sino que David buscó la oportunidad de bendecir a alguien. Esa persona fue Mefi-boset.

David mandó a buscar al hijo de su mejor amigo y lo sacó de la miseria, le devolvió las tierras de su familia y además compartió su mesa con él todos los días. Este hijo de Jonatán, lisiado de ambos pies debido a una trágica caída, ahora era revindicado, podía vivir con dignidad y disfrutar de todo lo que David puso a su disposición.

Esta historia es un ejemplo en menor escala de lo que es el amor de Dios por nosotros. Estábamos perdidos, incapacitados para avanzar por nosotros mismos, pero fuimos rescatados por Dios al aceptar a Cristo como nuestro Salvador. Desde ese día pasamos a ser hijos adoptados de Dios.

Él no nos amó porque lo merecíamos, sencillamente tomó la iniciativa de amarnos aun siendo sus enemigos. Y ahora “nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19).

Como hijos de Dios debemos imitar al Padre manifestando un amor proactivo. No ames solo cuando alguien lo merezca. Toma la iniciativa de dar sin esperar nada a cambio. Cuando amas de esa manera, el mundo sabrá que ese amor no es de este mundo. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. (Juan 13:35).

¿Hay alguien a quien puedas mostrarle misericordia como Dios lo hizo contigo?

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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