“Y uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó.” Lucas 22:50.

Al leer este pasaje, no puedo dejar de pensar en lo que habrá experimentado Malco, el siervo del sumo sacerdote al que Pedro le cortó la oreja. Él, y otros hombres, habían ido a arrestar a Jesús, sin embargo, en lugar de pensar en su vida, el Señor se preocupó por él y lo sanó. Imagino que se debe haber preguntado: ¿Cómo es posible que Jesús se ocupara de sanar mi herida? ¿Por qué pensó en mi situación en lugar de salir corriendo como lo hicieron los discípulos? Acaso, ¿no era un enemigo para Él?

La única respuesta es el amor de Jesús. “Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros… Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.” (Romanos 5:8,10). El Señor fue a la cruz por todos. Por Pedro, por Juan, por su madre María, por Malco, por los soldados romanos, por ti y por mí para salvarnos y darnos vida eterna.

No sabemos nada más de Malco. ¿Habrá aceptado a Jesús como su Salvador? O ¿se habrá burlado de Él en el sanedrín? ¿Se habrá arrepentido de sus pecados? Muchos piensan que si después de este incidente no se lo menciona más, ni siquiera en la tradición judía, no llegó a ser cristiano, pero no lo sabemos. Actualmente hay muchos “Malcos” que también fueron sanados y tocados milagrosamente por el Señor y sin embargo siguen indiferentes a Jesús.

El Señor sigue actuando con misericordia, pero no son sus intervenciones poderosas las que salvan. La salvación es el resultado de reconocer que somos pecadores, arrepentirnos de haber fallado a Dios y aceptar que el único que puede perdonarnos y darnos una vida nueva es Jesús. Entonces podremos decir como Jeremías: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.” (Lamentaciones 3:22-23).

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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