“Entonces, aunque quiero hacer el bien, descubro esta ley: que el mal está en mí. Porque, según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero encuentro que hay otra ley en mis miembros, la cual se rebela contra la ley de mi mente y me tiene cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. Romanos 7:21-23.

No sé si te ha pasado que al encontrarte bajo presión haces promesas que en otras circunstancias no harías. Cuando las presiones surgen en la familia, nos comprometemos a pasar más tiempo con ellos. Cuando tiene que ver con nuestra salud, prometemos que vamos a hacer ejercicio y a comer más saludable, incluso estamos dispuestos a renunciar a los ¡chocolates! En lo espiritual, es más de lo mismo… Te pregunto,  ¿realmente cumplimos esas promesas? Si los hacemos, ¿por cuánto tiempo? Creo saber la respuesta.

El problema no son las promesas, el problema está en nuestro interior. Dentro de nosotros conviven dos naturalezas: la natural o carnal que está propensa a hacer las cosas que desagradan a Dios, y la naturaleza espiritual que nos lleva a hacer la voluntad de Dios. Esa es la lucha que describe el apóstol Pablo en Romanos 7.

Entonces, qué hacer, de dónde viene la ayuda para vencer nuestra naturaleza carnal. Jesús dijo que nos convenía que Él ascendiera a los cielos para que el Espíritu Santo viniera a vivir en nosotros para siempre. ¡Él es nuestro Ayudador! En Juan 14:17 leemos: “Estará ‘en’ nosotros”. El mismo Espíritu que ungió a Jesús, que lo capacitó para ser vencedor sobre las tentaciones y le dio dominio propio, ahora nos ayudará a inclinar nuestro corazón hacia el bien.

Pero Él no trabaja solo, lo hace “con” nosotros. Debemos buscar su ayuda y someternos a Él, entonces nos dará poder para alinear nuestra voluntad con la de Dios y producirá en nosotros el fruto de la templanza y el dominio propio. Allí está la clave.

Permite que el Espíritu Santo sea tu Ayudador. Recurre a Él cuando luches con tu vieja naturaleza. Él puede producir el “querer como el hacer” lo bueno.  No lo intentes solo. Recuerda: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu…” Zacarías 4:6.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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