“Y oró a Jehová y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal. Ahora pues, oh Jehová, te ruego que me quites la vida; porque mejor me es la muerte que la vida. Y Jehová le dijo: ¿Haces tú bien en enojarte tanto?” Jonás 4:2-4.

¡Increíble que alguien pudiera orar con tanto enojo! Jonás quería que Dios destruyera a Nínive, la capital de Asiria. Allí vivía gente sanguinaria, cruel y despiadada, los peores enemigos de Israel. Sin embargo, Dios los estaba perdonando porque se habían arrepentido de sus pecados. La misericordia de Dios se estaba derramando más allá de Israel y Jonás no podía aceptar esto. En su mente estaba claro que lo que merecían era la destrucción total.

La palabra “enojo” usada aquí, en hebreo es kjará, significa “arder de cólera, airarse, encenderse, encolerizarse, ensañarse, inflamarse”. ¿Has experimentado alguna vez este sentimiento? Para qué entrar en detalles… A veces nos parecemos a Jonás cuando las cosas funcionan del modo opuesto a nuestros deseos.

Entonces Dios le respondió a Jonás con una pregunta: “¿Haces tú bien en enojarte tanto?” ¡Wow! ¿Qué pasaría si el Señor nos hiciera la misma pregunta hoy? La respuesta debería ser: No. Cada vez que nos enojamos como Jonás, solo podemos esperar consecuencias negativas.

Al final del relato, Dios prepara una lección objetiva para el profeta a través de una calabacera y le enseña que Él nunca dejará de mostrar compasión por el ser humano perdido. Por lo tanto, si era misericordioso con Israel a pesar de sus rebeldías, también podía serlo con otros pueblos que se encontraban en la misma posición. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.” (Romanos 3:23).

La gracia de Dios está más allá de nuestro entendimiento. No nos toca a nosotros decirle a Dios cómo debe actuar; mucho menos cuando nosotros somos objeto de su misericordia diariamente.

Te pregunto, ¿albergas ira en tu corazón? Renuncia a ella en favor del perdón. Deja que el Espíritu Santo cambie lo que sientes. Con cada paso de obediencia que damos, la paz de Cristo aumentará y la ira desaparecerá.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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