“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” Hebreos 11:6.

Cuántas veces hemos escuchado o leído acerca de la fe. Podemos hablar mucho sobre la fe, pero en la práctica, la fe se evidencia por las convicciones espirituales que nos mueven diariamente.

La palabra “convicción” en griego es élegjos, que significa “prueba, refutación, convencimiento”. Es la seguridad que tenemos en nuestro espíritu del cumplimiento de las promesas de Dios en nuestra vida. Es estar seguros de que, si Dios lo dijo, se hará.

Si lees todo el capítulo once de Hebreos verás que cada héroe no fue un teórico de la fe sino que la manifestó de manera práctica. “Abel ofreció”, “Noé preparó”, “Abraham obedeció”, “Moisés rehusó”, todos se movieron por esa convicción en sus espíritus. Nadie se movió “por las dudas”. No, había un fuego en sus almas, una fuerza que los movilizaba.

Nada ha cambiado para nosotros, es la misma Palabra, el mismo Dios, y las mismas expectativas divinas: que vivamos de acuerdo con nuestras convicciones espirituales. Lo que hemos aprendido de la Palabra de Dios, debemos ejercitarlo. Lo que nos ha dicho el Espíritu Santo, debemos obedecerlo.

A veces nuestro intelecto puede justificar acciones que Dios condena o podemos encapricharnos con un deseo disfrazándolo de convicción. Si las decisiones que hacemos no se ajustan a la Palabra de Dios, no podemos decir que sean convicciones espirituales. Necesitamos depender más del Espíritu Santo para saber diferenciar entre la fe verdadera o los deseos engañosos.

Mira qué gran promesa: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.” (Juan 16:13).

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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