“Ellos le dijeron: Señor, que sean abiertos nuestros ojos. Entonces Jesús, compadecido, les tocó los ojos, y enseguida recibieron la vista; y le siguieron.” Mateo 20:33.

Una multitud seguía a Jesús, pero dos hombres no podían ver lo que sucedía a las afueras de Jericó. Eran ciegos y lo único que podían hacer era sentarse junto al camino a pedir limosna. Pero de repente escucharon que el Maestro estaba cerca, y aunque el gentío que se había juntado no les hacía fácil un encuentro con el Hijo de Dios, sabían que la única solución para su ceguera estaba en las manos de Jesús y no iban a dejar pasar la oportunidad. Entonces comenzaron a clamar con todas sus fuerzas: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!” (v. 30).

El clamor era fuerte, cada vez gritaban con mayor desesperación hasta el punto que la gente les pedía que se callaran. Para muchos eran dos hombres molestos que interrumpían el gozo del desfile, pero para ellos se trataba del encuentro más importante de sus vidas. Entonces sucedió lo tan esperado, Jesús detuvo a la multitud y los mandó a llamar. ¡Al fin el momento anhelado! Ya estaban listos para el milagro.

De pronto Jesús les hizo una pregunta que seguramente confundió a muchos: “¿Qué queréis que os haga?”. ¿En serio? ¿No era obvia la necesidad? Sin embargo, Él quería que expresaran su necesidad: “Señor, que sean abiertos nuestros ojos”.

Su pedido y la forma en que lo dijeron tocó a Jesús, a tal punto que “se compadeció”. La palabra griega usada aquí es splagcnizomai que significa “ser movido en las entrañas de uno”. Es un sentimiento de angustia por las necesidades, sufrimiento y dolor del prójimo. Entonces el Señor tocó sus ojos y enseguida recibieron la vista. ¡Aleluya! ¡Qué milagro!

El Señor sabe de nuestros dolores, angustias y quebrantos. Su compasión nunca ha cambiado. Cuando clamamos a Él con fe, sabiendo que es el único que puede hacer lo imposible, interviene a nuestro favor.

Cuando nos encontramos cara a cara con el Señor y experimentamos su toque poderoso, debería ser imposible alejarnos y olvidarnos de lo que hizo por nosotros. Por el contrario, nuestra respuesta debería ser la de estos dos hombres que fueron sanados: “Le siguieron”.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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