“De dieciséis años era Uzías cuando comenzó a reinar, y cincuenta y dos años reinó en Jerusalén… Y persistió en buscar a Dios en los días de Zacarías, entendido en visiones de Dios; y en estos días en que buscó a Jehová, él le prosperó.” 2 Crónicas 26:3,5

Uzías fue un buen rey que contó con el favor de Dios porque había tomado la decisión de buscarle. Tuvo grandes victorias sobre los filisteos, los árabes y los amonitas. Era famoso y respetado por todos los reyes de su época. Construyó muchas ciudades, torres y cisternas para que la agricultura y la ganadería se desarrollaran rápidamente en su nación. Tuvo un ejército numeroso y muy bien organizado, con guerreros valientes y esforzados que protegían a Judá.

Además, Uzías fue una persona dotada con capacidades especiales. Observe lo que dicen los versículos 14 y 15: “Y Uzías preparó para todo el ejército escudos, lanzas, yelmos, coseletes, arcos, y hondas para tirar piedras. E hizo en Jerusalén máquinas inventadas por ingenieros, para que estuviesen en las torres y en los baluartes, para arrojar saetas y grandes piedras. Y su fama se extendió lejos, porque fue ayudado maravillosamente, hasta hacerse poderoso”. ¡Impresionante! Sin duda era un rey organizado, creativo, preparado y bendecido por Dios.

Todo iba de maravilla hasta… el versículo 16: “Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar del incienso.” ¡Ay no! ¿Qué le pasó a Uzías? Lo traicionó su orgullo, un enemigo más mortal que los filisteos, árabes y moabitas juntos. Creyó que sus logros eran el resultado de su poder y capacidad, y que además estaba por encima de Dios, tomando el lugar que le correspondía solo a los sacerdotes. Cayó en la misma “condenación del diablo” (1 Timoteo 3:6).

El orgullo trae terribles consecuencias. Uzías fue leproso hasta el final de sus días perdiendo su dignidad, su posición y no pudo disfrutar de todo lo que tenía.

Todos tenemos el mismo enemigo interior. El orgullo está siempre agazapado, esperando su oportunidad para tomar control de nuestro corazón. El mejor remedio para vencerlo es la humildad y dependencia de Dios, porque “mientras busquemos a Jehová, Él nos prosperará”.

Aquí hay siete evidencias de una persona humilde:

1. Persiste en buscar a Dios como prioridad en su día.
2. Obedece la Palabra de Dios.
3. Escucha el consejo maduro y espiritual.
4. Se evalúa permanentemente para ser perfeccionado.
5. Reconoce sus pecados, defectos y errores.
6. Es sensible a la voz del Espíritu Santo.
7. Le da la gloria a Dios en todo.

Sé constante en buscar al Señor dependiendo de Él en todo tiempo y verás los tremendos resultados en tu vida.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

compartir por messenger
compartir por Whatsapp