“¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.” Salmo 42:11.

Este versículo, escrito por un levita descendiente de Coré, se repite en el Salmo 42:5, 42:11 y 43:5. Este énfasis tiene un propósito.

La palabra “abatir” en hebreo es shafel, que significa “deprimir o hundir; derribar, humillar, un lugar bajo”. De aquí proviene la palabra shefelah (Jeremías 33:13), el nombre de un territorio de Judá que significa “tierra baja, valle, llanura”. Así se sentía el salmista. Sin embargo, es muy interesante notar que no solo describe su condición, sino que se habla así mismo, dialoga con su propia alma y se recuerda que Dios llegará pronto a ayudarle.

Nosotros no somos diferentes al salmista, también experimentamos abatimiento. Algunos por pérdidas de seres queridos, otros por desilusiones, por promesas incumplidas, por metas que no se alcanzaron, por no ver resultados de los esfuerzos que realizamos. También podemos sentir que Dios se ha olvidado de nosotros; que está muy lejos e ignora nuestra situación.

A pesar de lo que podamos sentir, el Señor jamás se olvida de nosotros: “Se olvidará la mujer de lo que dio a luz… Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti”. Isaías 49:15.

Dios siempre llega a tiempo. Él nunca nos dejará en el valle, extenderá su mano, nos tomará y levantará.

Así que, comienza ahora mismo a alabar a Dios, adelantándote a lo que hará. Eso es fe, y su expresión más genuina es la alabanza. Di como el salmista: ¡Salvación mía y Dios mío!

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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