“Levántate, santifica al pueblo, y di: Santificaos para mañana; porque Jehová el Dios de Israel dice así: Anatema hay en medio de ti, Israel; no podrás hacer frente a tus enemigos hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros”. Josué 7:13.

Era evidente para Israel que ganaban las batallas porque Dios peleaba por y con ellos. Cuando se apartaban del Señor, eran derrotados. Esto fue notorio desde el inicio de la conquista.

La primera ciudad para conquistar del otro lado del río Jordán era Jericó. Dios había derribado la muralla para que el pueblo pudiera pasar, pero quería probar su obediencia. Les había dicho que no debían quedarse con nada de lo que había en esa ciudad porque era “anatema”.

La palabra anatema en hebreo es jerem que significa “objeto condenado, dedicado a exterminación, cosas prohibidas”. En este caso, todos los objetos de valor eran para Dios y el resto debía quemarse. “Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis. Mas toda la plata y el oro, y los utensilios de bronce y de hierro, sean consagrados a Jehová, y entren en el tesoro de Jehová”. Josué 6:18-19.

Pero Acán se hizo el distraído y tomó un precioso manto babilónico, doscientas piezas de plata y un lingote de oro. ¡Quién se iba a enterar si eran tres millones de personas…! Pero cuando Israel fue a conquistar la segunda ciudad, Hai, muchísimo más pequeña que Jericó, cayeron derrotados. Entonces Josué fue a Dios y la respuesta que el Señor le dio fue que el pueblo había tomado del anatema, y mientras no lo quitaran, no podrían vencer a sus enemigos.

Acán fue tentado por la codicia. El mismo lo dijo: “Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé…” (Josué 7:21). Él no necesitaba nada del anatema; Dios tenía muchísimo más que eso para darle, pero la codicia es ese deseo incontrolable de querer más.

Hoy, el diablo sigue usando el mismo engaño para tentarnos. Nos ofrece tener más, pero para obtenerlo debemos mentir, tomar lo que no es nuestro, justificar acciones que no son correctas. Si accedemos a tomar lo que nos ofrece, terminaremos esclavizados y sufriendo una derrota tras otra.

Lo que nos ofrece Dios es de mayor valor que aquello con lo que el diablo nos tienta. Si quieres ver la mano del Señor obrando a tu favor, tendrás que confiar en su provisión y obedecerle.

¡Engrandece a Dios con tus decisiones! Verás que siempre recompensa a los que esperan en Él.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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