“La tierra no podrá venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía. Ustedes son, para mí, forasteros y extranjeros”. Levítico 25:23.

Dios estableció leyes de propiedad muy interesantes para Israel, pero el punto central de estas leyes es que la tierra le pertenece a Dios y Él es quien establece cómo debe administrarse. Dios es el Dueño y su pueblo era extranjero en Su tierra.

La palabra “extranjero” en este versículo es ger y significa “invitado, forastero, morar en tierra ajena”, y hace alusión a personas que eran habitantes temporales o recién llegados. La raíz hebrea de esta palabra significa: “volverse a un lado del camino para hospedarse; residir como invitado; huésped”.

Dios le estaba diciendo a su pueblo: “La tierra es mía, y ustedes son mis huéspedes”. ¡Qué hermosa expresión! Aunque nada nos pertenece, Él decidió compartirlo con nosotros y nuestra responsabilidad es ser administradores fieles de lo que Dios ponga en nuestras manos.

Siempre hemos escuchado decir que “en esta vida estamos de paso”, y eso es exactamente lo que nos enseña la Biblia. El tiempo es corto y enfocarnos únicamente en obtener riquezas y bienes materiales descuidando lo espiritual es cosa de necios. “Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche vienen por tu vida; ¿y quién se quedará con lo que has acumulado?” (Lucas 12:20).

Mientras estemos en este mundo no debemos olvidar que somos huéspedes de Dios. Si vivimos bajo su hospitalidad, Él se encargará de cubrir nuestras necesidades. “Temed a Jehová, vosotros sus santos, pues nada falta a los que le temen”. (Salmo 34:9).

Además, tenemos la promesa de vida eterna. Ya no seremos huéspedes sino coherederos con Cristo de todas las cosas bajo su reinado eterno. Hoy tenemos la oportunidad de depender de la hospitalidad de Dios en el lugar donde nos toca vivir, pero con la mirada puesta en la eternidad.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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