Juan 15:4-5 dice: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.

Parece que las virtudes de la paciencia, la perseverancia, la permanencia, han pasado de moda. En nuestra cultura todo parece ir de la mano con lo instantáneo. Nos cuesta esperar en el teléfono, en una fila, en una sala de espera. Cuando estamos apurados, hasta nos parece que el microondas se toma demasiado tiempo para calentar una taza de café. ¿Todavía hay alguien que calienta el motor del carro antes de salir?

Pero el verdadero problema es cuando trasladamos nuestros apuros a Dios. Queremos respuestas rápidas, transformaciones instantáneas, calabaceras que crezcan en una noche, y que los ángeles despeguen la ruta que nos lleva a nuestro lugar de trabajo para que podamos conducir solos. Pero Dios no está sujeto a nuestro tiempo.

Anhelamos que Dios obre en nuestra vida, que nuestro carácter sea transformado, que nuestras palabras edifiquen, y para que esto suceda hace falta tiempo. Jesús lo explicó claramente a través del ejemplo de la vid. Si pensamos que un pequeño brote es un fruto y lo cortamos antes de tiempo, lo hemos perdido. Al cortar el proceso, el fruto se pierde. Por eso es tan importante permanecer, para que Dios complete su obra.

Filipenses 1:6 dice: “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Si Dios comenzó una obra en ti, la perfeccionará día a día. No te dejará hasta que la haya terminado, pero tu parte es permanecer unido a Él.

No desmayes, espera en Dios. Él te está formando pensando en la eternidad, donde el tiempo no importa. ¡Permanece fiel y verás el fruto de su obra en ti!

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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