“Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros”. Isaías 64:8.

En la Biblia se compara al pueblo de Dios con el barro y a Dios como el Alfarero que le da forma. El barro no tiene valor en sí mismo, pero llega a ser una obra maestra si ha estado en las manos de un artista. Como obra terminada, su valor no depende del material sino del arte del alfarero.

En el proceso de dar forma al barro es muy importante que sea dúctil, puro y maleable para ser trabajado con facilidad. En la antigüedad, el artista preparaba el barro con mucho tiempo de antelación. Después de unir la arcilla molida con el agua y comenzar a convertirla en una masa, la tiraba al suelo, la golpeaba varias veces y la aplastaba con sus pies. De esa manera se quitaban las impurezas y las burbujas de aire que podían hacer más frágil la pieza una vez que estuviera terminada.

De la misma manera, cada uno de nosotros debemos recordar que somos una pieza en construcción, el Señor está trabajando en nuestras vidas y debemos ser dóciles a su trato. Habrá momentos en que la presión que experimentemos sea fuerte, pero no debemos huir del Señor, sino rendirnos a Él y recordar que sus manos saben lo que están haciendo.

Dios está usando las presiones que estamos atravesando para hacernos más humildes, obedientes, serviciales. Cuando estamos en medio de presiones nos disponemos a oír al Señor con más atención, reconocemos nuestros pecados, estamos más dispuestos a seguir su dirección, a ser santificados y que nuestra fe crezca.

El Señor no obliga a nadie a someterse al proceso de formación, debe ser un acto voluntario. Pero si sabemos que es lo mejor para nuestras vidas, entonces le diremos al Señor: “Trabaja en mi vida, lleva a cabo tu voluntad, hazme más como Tú”.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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