“Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.” Lucas 15:20.

Si eres una padre o madre cariñoso/a y de pronto uno de tus hijos decide irse de la casa de una manera grosera y corta toda comunicación contigo, seguramente el dolor y la tristeza que te provocaría sería difícil de explicar. Oras, intercedes por él, pero sigues sin tener noticias. Tú sabes que no hiciste nada para provocar esa conducta, y lo único que deseas es que Dios lo traiga de vuelta. Un buen día, golpean la puerta de tu casa y es tu hijo. Allí está, sucio, delgado, demacrado, y llorando te dice: “Perdóname papá…” ¿Qué es lo primero que harías? El padre del hijo prodigo “se echó sobre su cuello y lo besó”.

En este versículo la palabra besar en el original griego no es la palabra que se usa normalmente para hablar de un saludo de bienvenida o despedida. En este caso es katafileo que significa “besar fervientemente, besar repetidamente, besar tiernamente”. Esta misma palabra se usa en Lucas 7:38 cuando una mujer ungió con perfume los pies de Jesús y los besaba: “Y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume”. O cuando el apóstol Pablo se despide de los ancianos de Efeso: “Todos comenzaron a llorar, y abrazaron y besaron a Pablo. Estaban muy tristes porque Pablo les había dicho que jamás lo volverían a ver.” (Hechos 20:37-38). La frase que más se acerca al original es “se echó al cuello de su hijo y lo cubrió de besos”.

Mientras escribo este devocional no puedo contener las lágrimas al pensar en el Señor. No hay Padre como Él. Nadie ama como el Señor. Su perdón no es como el mío. En su amor no hay lugar para los reproches. Su misericordia y gracia son infinitas. Es increíble que la rebeldía y el orgullo puedan hacerle creer a alguien que es mejor alejarse de Dios. ¡Qué necedad!

Aunque lo abandonemos, actuemos con ingratitud o malgastemos todo lo que no dio, cuando recapacitamos y vemos lo miserable que puede ser nuestra vida lejos de Él, siempre nos estará esperando. Tal vez vengamos con ciertos temores: “¿Será que el Padre me va a perdonar? ¿Será que me va a recibir después de haberme apartado de Él? ¿Y si me reprocha por todo lo que hice…?” Pero el Señor está listo para recibirnos nuevamente; y no de cualquier manera, sino que irrumpe con su amor, perdón y gracia, y nos abraza y ¡besa tiernamente como a un hijo amado!

No hay nada mejor que vivir unidos al Señor y experimentar su presencia, amor y fidelidad cada día.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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