“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.” Juan 4:23.

Cuando Jesús estuvo evangelizando en Samaria, les compartió un principio nuevo acerca de la adoración. Hasta ese momento todo estaba centrado en el Templo de Jerusalén, y como los samaritanos no podían entrar establecieron su lugar de adoración en el monte Gerizim. Cuando le preguntaron al Señor a dónde debían ir a adorar, su respuesta les sorprendió. Ahora la adoración no tenía que ver con un lugar geográfico sino con el corazón. De nada serviría ir al templo una hora por semana y las siguientes 167 horas vivirlas para adorarse a sí mismo o a alguna otra cosa. La adoración a Dios debía ser diaria e ininterrumpida.

Para Jesús hay dos aspectos básicos en la adoración, debe ser en espíritu y en verdad. No es una cuestión del alma ni del cuerpo. Para que esto sea posible es necesaria una regeneración, una nueva naturaleza, nacer otra vez. Esto lo hace exclusivamente el Espíritu Santo cuando viene a habitar en nuestra vida.

Debemos adorar considerando la verdad de Dios. No podemos hacerlo según nuestras preferencias sino bajo los requerimientos de Su Palabra: santidad, rectitud, integridad, fidelidad. La verdad de Dios es inalterable y no puede ser condicionada por nuestras ideas o mandamientos de hombres.

La palabra “adorar” en griego es proskyneo que significa “hacer reverencia, dar obediencia a, homenajear”. Según los diccionarios bíblicos, la adoración no está limitada a la música sino que podemos honrar a Dios con todo nuestro ser.

Adoramos con nuestros pensamientos. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos nuestros pensamientos deben estar centrados en Dios. Por eso es tan importante poner atención a lo que dejamos que entre en nuestra mente ya que afectará nuestra manera de pensar. “Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. (Fil 4.8)

Adoramos con nuestras palabras. Los dichos de nuestra boca son producto de nuestros pensamientos. En la medida en que nuestra mente esté llena de las verdades de Dios, nuestra adoración se desbordará en oración, reverencia y cánticos.

Adoramos con nuestras acciones. Un verdadero adorador no puede ser fariseo. “Por lo tanto, practiquen y obedezcan todo lo que les digan, pero no sigan su ejemplo. Pues ellos no hacen lo que enseñan”. (Mateo 23:3). Nuestras motivaciones, intenciones y propósitos se manifestarán a través de nuestra conducta.

Para un cristiano, adorar a Dios no es una opción. El Espíritu Santo que habita en nosotros nos conduce constantemente para que nuestros pensamientos, palabras y conducta puedan honrarle todo el tiempo.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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