“Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz.” Hebreos 11:31.

Rahab era famosa en Jericó, pero no por sus virtudes sino por sus pecados. Vivía en un rincón de la ciudad, exactamente en una casa refugio dentro del muro. No había esperanzas de que su situación mejorara. Día tras día su historia se repetía, más desilusiones, más frustraciones, más vergüenza y más abatimiento.

Pero un día escuchó que el pueblo hebreo estaba entrando al territorio de Canaán para apoderarse de la tierra, y los respaldaba el Dios más poderoso. Los había librado de la esclavitud de los egipcios haciendo grandes milagros, exterminando al ejército del Faraón, fueron alimentados por cuarenta años en el desierto, y recientemente les había abierto el río Jordán para que pasaran por tierra seca.

Un día golpearon a su puerta dos desconocidos. Rahab no lo podía creer. ¡Hebreos protegidos por el Dios Todopoderoso estaban en su casa! Ella los refugió y les hizo prometer que así como había protegido sus vidas, ellos debían proteger la suya y la de su familia.

Los judíos dieron trece vueltas alrededor de la ciudad y en la última ¡se derrumbó el muro! Bueno… todo no. La parte donde vivía Rahab y su familia quedó intacta. La rescataron y a partir de ese día pasó a formar parte del pueblo de Dios. Abandonando definitivamente el pecado, se aferró al Señor y vivió como el resto de los israelitas. Salmón, de la tribu de Judá, se enamoró de ella, se casaron y tuvieron un hijo que se llamó Booz (¿lo recuerdas en la historia de Rut?), y entre sus descendientes está el rey David. ¡Qué cambio de vida! Dios la rescató de una vida de pecado, la hizo una hija digna y le dio un nuevo pueblo al que pertenecer. ¡Aleluya!

Somos propensos a nombrarla Rahab “la ramera”, pero no Dios. En el único lugar de la Biblia en donde su nombre es dignificado y revindicado es… ¡En la genealogía de Jesús! “Salmón engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí.” (Mateo 1:5).

Todos los que no teníamos una buena historia que contar sobre nuestra vida, una vez que aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, dice Su Palabra que nos hace: “…nuevas criaturas; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. (2 Co. 5:17). ¡Tremenda gracia de Dios!

Si ya eres un hijo de Dios, no permitas que el diablo y sus secuaces te recuerden un pasado que quedó cubierto con la sangre de Cristo. Dale gracias al Señor por la salvación y sigue escribiendo tu nueva historia para la gloria de Dios.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

compartir por messenger
compartir por Whatsapp