“Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red.” Lucas 5:5.

Pedro y sus compañeros pasaron toda la noche, tal vez unas ocho horas, pescando… bueno, intentando pescar. Ni a la derecha ni a la izquierda, ni cerca de la ribera ni en lo profundo. Los peces parecían estar agazapados en algún rincón del mar de Galilea esperando la señal del Hijo de Dios. Mientras tanto los pescadores ya habían agotado todos los recursos para poder llevarse a casa aunque sea algo para comer. Volvían cansados, frustrados, desanimados y con las manos vacías.

¿Te sientes así? Parece que has agotado todos los recursos para que algunas cosas cambien sin ningún resultado. Tus oraciones han sido intensas, sinceras, persistentes, pero sin aparentes respuestas. Has compartido el evangelio a otros con los mejores argumentos, las palabras más dulces y precisas, pero nadie abrió su corazón para recibir a Cristo, y ahora te sientes como estos pescadores: cansado, frustrado, desalentado. 

Sin embargo, siempre aparecerá Jesús con una palabra reveladora. “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar…” ¿Otra vez? ¡Si toda la noche lo hemos intentado! ¿Cuántas veces habremos tirado la red… 30, 35 veces…? Pero ahora es diferente. Hay una orden del Hijo de Dios. Si el Creador del universo dice ahora, es ahora mismo; si dice mar adentro, no es en la orilla. Hay que ponerse a trabajar una vez más, como si fuera la primera vez. 

Cuando lo hemos intentando hasta el cansancio y sin resultados, es el momento de detenernos. Hay que parar. Necesitamos pasar tiempo con el Señor, escuchar su voz y salir cuando estemos seguros de estar obedeciendo un mandato suyo.

¿Por qué Dios permitiría que estos pescadores volvieran sin resultados esa noche? ¿Qué propósito tendría? Podemos descubrirlo a través de las palabras de Pedro. Cuando el Hijo de Dios le ordena ir mar adentro y tirar las redes, le responde con la palabra “Maestro”. Pero cuando vuelve trayendo la red tan repleta de peces que ya se estaba rompiendo, lo llama “Señor”: “Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (v. 8). 

El próximo pescador de hombres ha cambiado su percepción de quién es Jesús. Ya no es simplemente el Maestro que enseña y explica la Palabra de Dios como nadie. Para Pedro, ahora Jesús es el Señor de su vida. A partir de este momento Simón empieza a ser formado como Pedro, un discípulo con flaquezas, pero obediente hasta el punto de ser un mártir por amor a Quien le cambió su vida.

Es tiempo de dejar de intentarlo en tus fuerzas. Escucha al Maestro y cuando tengas su palabra, hazlo otra vez, obedeciéndole como Señor de tu vida. 

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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