“El velo sigue rasgado”

“Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron.” Mateo 27:51.

Presta atención a lo que dice este versículo. El velo del templo no se rasgó por el terremoto, sino que el terremoto vino después de haberse rasgado el velo. ¿Por qué es tan importante esto? Humanamente el velo no se podía romper. Según los eruditos bíblicos, esta cortina tenía un espesor de ¡4 pulgadas, unos 10 centímetros! Debía ser así de gruesa porque era como una pared de tela impidiendo el paso del Lugar Santo al Lugar Santísimo, la habitación de la presencia de Dios.

Nadie podía atravesar ese velo, excepto el sumo sacerdote, y solo una vez al año. Para entrar debía atarse una cuerda en uno de sus tobillos y sus vestiduras debían tener campanitas. Si luego de entrar las campanitas dejaban de sonar, había que tirar de la cuerda para sacarlo porque significaba que Dios le había quitado la vida por no santificarse según sus órdenes divinas. Estoy seguro que ningún sumo sacerdote entró al Lugar Santísimo tranquilo, relajado y silbando algún corito. Era aterrador, y a la vez obligatorio, porque era la única manera en la que Dios perdonaba los pecados del pueblo.

Cuando Jesús entrega su espíritu al Padre y muere, en ese preciso instante el velo se rasgó ¡de arriba abajo! Nadie podía haberlo hecho de abajo hacia arriba. Fue Dios mismo quien lo hizo como señal de que ya no habría ninguna barrera que impidiera el acceso a su presencia. ¡Jesús quitó la separación entre Dios y nosotros! ¡Aleluya!

El camino está abierto por el sacrificio de Cristo. “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura”. (Hebreos 10:19-22).

Por favor, no “repares” el velo, alegóricamente hablando. Muchas veces nuestros miedos, sentimientos de indignidad y vergüenza nos alejan de la presencia de Dios. Llegamos a creer que Él nunca se relacionaría con personas tan imperfectas como nosotros. A veces Satanás nos susurra al oído que el sacrificio de Cristo tiene límites, que no significa que vaya a seguir perdonando nuestros pecados. ¡Diablo mentiroso! Nadie puede quitar ni agregar nada a su sacrificio porque fue perfecto. ¡Hay perdón de pecados y libre acceso al trono de Dios! ¡El velo está roto y debe quedarse así!

El Espíritu Santo que vive en ti te santifica diariamente y te recuerda que eres un hijo amado. Él no quiere relacionarse contigo solo unos minutos al día, ¡está esperando que entres a su presencia y no te vayas de allí!

“En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.” Salmo 16:11. ¡Experimenta la libertad de vivir en su presencia!

Pastor Pablo Giovanini

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