“Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Mateo 27:46.

Jesús llevaba seis horas en la cruz y durante las últimas tres horas hubo tinieblas en la tierra. El Padre no quería ver sufrir a su Hijo amado. En medio de esa angustia, dolor, burlas, insultos, el Señor sintió en su propia alma el desamparo.

Jesús debía ir a la cruz solo y sin ayuda sobrenatural. La salvación que Dios iba a ofrecerle al mundo debía ser obra exclusiva de un humano sin pecado, mortal, en condiciones de ser el sacrificio perfecto y único por el pecado de la humanidad.

La palabra desamparado en griego es enkataleipo que significa “dejado atrás, totalmente abandonado, dejado en apuros e indefenso”. Cuando Jesús fue a la cruz todos sus discípulos le abandonaron, Él ya sabía que esto iba a pasar, pero ahora estaba experimentando una emoción diferente, única y muy fuerte: El sentimiento de ser desamparado por el Padre. Nunca antes le había pasado.

Todo lo que el Señor experimentó en su cuerpo, en su mente y en su espíritu le permite entendernos, puede identificarse con nosotros.

Podemos sentirnos desamparados, pero esto no significa que el Señor nos haya abandonado. Es verdad que aun conociendo todas las promesas que nos hizo Dios podemos sentirlo lejano, como si no nos escuchara, pero Dios no miente, y aunque nuestras emociones digan lo contrario, si el Señor dice que nunca nos desamparará, así es y será.

El Señor sabe cómo ayudarnos a pasar por esos tiempos. Siempre nos recordará que permanece a nuestro lado lo sintamos o no. Recuerda que Dios es fiel y omnipresente. Tú tienes un compañero en esta vida que nunca te abandonará.

“Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Amén. Mateo 28:20b.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

compartir por messenger
compartir por Whatsapp