“Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación. Este es mi Dios, y lo alabaré; Dios de mi padre, y lo enalteceré. Echó en el mar los carros de Faraón y su ejército; y sus capitanes escogidos fueron hundidos en el Mar Rojo.” Éxodo 15:2,4.

Los israelitas estaban entre la espada y la pared. Enfrente tenían el Mar Rojo y atrás venía el poderoso ejército de Faraón con sus carros y caballos. Los expertos en estrategias de guerra dirían que era momento de rendirse, pero Dios había preparado una salida.

Aunque no podían ver con sus ojos físicos a Dios, vieron los efectos de su poder. De pronto comenzó a soplar un viento recio, las aguas se dividieron en dos y ahora había un camino por donde cruzar al otro lado. Una vez que el pueblo estuvo a salvo, las aguas volvieron a su cauce normal y sepultaron al ejército egipcio. ¡Qué momento extraordinario! Las mujeres de Israel dirigidas por Miriam, desempolvaron los panderos y comenzaron a cantar y alabar a Dios por su proeza. ¡Qué celebración!

La alabanza surgió después de haber experimentado la victoria. Claro, es más fácil alabar después de la intervención del Señor que cuando solo estamos esperando en sus promesas. Como escuché decir a un querido pastor: “Los israelitas cantaron en el lado equivocado”, refiriéndose a que el pueblo alabó después de que cruzaron y no antes.

Es en los momentos límites que se manifestará lo que hay en nuestro corazón. Cuando realmente confiamos en Dios, en sus promesas, en su carácter, en su obra, podemos alabarlo antes de ver su intervención divina. Esto no significa que ignoremos los desafíos que tenemos por delante, pero por fe sabemos que Él nunca llega tarde cuando lo necesitamos.

Cuando Pablo y Silas fueron azotados y encarcelados en Filipos, leemos en Hechos 16:25-26 que: “A medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían. Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron”. Fíjate que primero fue la alabanza y después la liberación. Cuando ellos cantaron, Dios intervino milagrosamente.

Tal vez hoy te sientas en una encrucijada como los israelitas, comienza a alabar. La alabanza enfoca nuestra atención en Dios y nos hace más conscientes de que está con nosotros. Cuando le alabamos pasamos del temor a la seguridad de que Él puede proveer soluciones a situaciones sin esperanza.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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