“Ciertamente es bueno Dios para con Israel, para con los limpios de corazón. En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos.” Salmo 73:1-2.

El que escribió este Salmo fue Asaf, un levita, un líder espiritual del pueblo de Dios. Se suponía que debía ser ejemplo de fe, confianza y seguridad para otros en todo tiempo. Sin embargo, cuando leemos el Salmo 73 nos descubre todas sus flaquezas. Él pertenecía a la tribu que estaba consagrada exclusivamente al servicio a Dios. No poseían territorios y debían depender exclusivamente de Él.

Por sus primeras palabras nos damos cuenta que Asaf estaba muy atento a lo que hacían lo demás. Veía que muchos prosperaban a pesar de su maldad, personas orgullosas y blasfemas parecían vivir sin problemas, y comenzó a molestarse porque parecía que Dios no hacía nada. A tal punto llegó su amargura que dice: “Poco me faltó para caer” (v. 2). “Se llenó de amargura mi alma y en mi corazón sentía punzadas” (v. 21). Realmente estaba muy mal, emocional y físicamente. 

Entonces decidió ir al santuario en busca de ayuda y ahí encontró la respuesta que necesita. En el v. 17 leemos: “Hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí…” Había que ir a Dios. En Su presencia entendió que “todo lo que el hombre sembrare, eso segará”, que Dios hace justicia y no se olvida de sus hijos.

¿Alguna vez se sintió como Asaf? No comprende los propósitos que Dios tiene con lo que le está pasando y esto le frustra, le desanima y le hace sentir ansioso. Entonces, es el momento de “entrar al santuario”, a la misma presencia de Dios en oración. “Ahora podemos entrar con toda libertad en el santuario gracias a la sangre de Jesús… Acerquémonos directamente a la presencia de Dios con corazón sincero y con plena confianza en él” (vs. 19, 22).

Solo en Su presencia encontramos las respuestas que necesitamos y podemos expresar como este salmista: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (vs. 25-26). Podemos desfallecer más de una vez, pero también podemos levantarnos al recordar a quien tenemos sentado en el trono eterno. Él es nuestra Roca firme y nuestra herencia (“porción”).

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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