“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.” Isaías 6:1-3.

Isaías quedó perplejo. Nunca había visto algo tan glorioso. Estaba viendo al mismo Dios sentado en su magnífico trono. Sus vestiduras eran tan largas que llegaban a cubrir todo el templo. Su presencia lo llenaba todo.

También vio serafines, ángeles creados especialmente para la adoración a Dios. Estos seres celestiales no aparecen mencionados en ningún otro lugar de las Escrituras. A diferencia de los otros ángeles, tienen seis alas; con un par de ellas vuelan y con los otros dos pares cubren sus rostros y sus pies. Tal es la santidad y la gloria de Dios que deben cubrirse.

De todos los atributos de Dios ellos destacan su santidad pronunciando tres veces: “Santo, Santo, Santo”. ¿No te parece que esto merece una reflexión?

A nosotros nos encanta hablar del amor de Dios porque nadie nos ama como Él. Hacemos canciones sobre su maravillosa gracia porque nos alcanzó cuando estábamos perdidos. Nos deleitamos en su fidelidad y su protección. Cantamos sobre su omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia. ¡Gloria a Dios por todos sus atributos maravillosos! Pero… en el cielo, los que están más cerca del trono destacan… su santidad. Creo que deberíamos poner más atención aquí en la tierra a lo que se dice en el cielo.

Santidadqadash en hebreo y hagios en griego, significa “separado del pecado, perfección moral, pureza de carácter, perfectamente limpio”.

Antes de que fuéramos salvos, nuestra posición en relación con Dios era de enemistad, pero en el momento en que aceptamos al Señor como nuestro Salvador personal, Él cambió nuestra posición y nos apartó para Él. Ahora el Espíritu Santo mora en nuestras vidas y actúa para hacernos cada día más como Cristo.

La santidad no es el resultado de un único acto, sino un proceso. El apóstol Pablo en Efesios 4:22-24 menciona el profundo contraste entre la manera en que solíamos vivir antes de ser salvos y la manera en la que somos llamados a vivir ahora: “En cuanto a su pasada manera de vivir, despójense de su vieja naturaleza… renuévense en el espíritu de su mente, y revístanse de la nueva naturaleza, creada en conformidad con Dios en la justicia y santidad de la verdad”. Diariamente debemos hacer la decisión de poner en práctica lo que el Señor nos enseña para crecer en santidad.

Tal vez, como menciona Pablo, es hora de hacer un cambio de vestimenta y ponernos la ropa de “la nueva naturaleza creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad”. Si damos lugar a la obra del Espíritu Santo, y no intentamos “ser mejores” en nuestras fuerzas, Él nos ayudará a que nuestras acciones se correspondan con nuestra nueva identidad.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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