“Y Josué dijo: ¡Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de los amorreos, para que nos destruyan? ¡Ojalá nos hubiéramos quedado al otro lado del Jordán!” Josué 7:7.

Israel venía de una victoria extraordinaria. Dios había derribado los muros de Jericó y la ciudad había sido arrasada y quemada debido a su pecado. Josué condujo al pueblo a la victoria obedeciendo las directivas divinas al pie de la letra. Israel debía seguir el plan de Dios y como les había dicho, no podían llevarse nada para sí como botín de guerra porque era anatema, maldito.

Josué no sabía que un tal Acán había hecho lo contrario y ese pecado trajo consecuencias ineludibles. Israel salió a conquistar Hai, una ciudad más pequeña que Jericó, y perdieron la batalla. Más de treinta hombres murieron y tuvieron que retroceder avergonzados. Cuando Josué supo esto, estableció una señal de duelo.

Como mencionamos al principio en el v. 7, Josué asumió que Dios no les había protegido durante la batalla y se quejó por esto. Dio por sentado que el Señor tenía que protegerlos, ayudarlos y bendecirlos siempre. Pero Dios había sido muy claro, si no le obedecían, Él no actuaría. Incluso, a través de esta situación se dieron cuenta de que no podrían ganar ninguna batalla sin su ayuda.

La respuesta de Dios a Josué fue sencilla y directa: “Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé” (vs. 10-11). En otras palabras: “No me hagas responsable de esto, el pueblo desobedeció lo que le dije y ahí están las consecuencias”. Sin obediencia no hay victoria.

Tremenda lección para nosotros. Nunca culpemos a Dios de las cosas malas que nos puedan suceder. Vivimos en un mundo corrompido por el pecado desde Adán y Eva. El ser humano se ha apartado de Dios y las consecuencias están a la vista. Pero también debemos analizar nuestras decisiones. Si pecamos, no culpemos a Dios por las consecuencias lógicas de actuar fuera de su voluntad. El camino para volver a experimentar victorias espirituales es el arrepentimiento y la obediencia.

Después de esto, Josué indagó enseguida lo sucedido y quitó el pecado del medio. Asunto arreglado. A partir de ese momento, Josué nunca más perdió una batalla. Dios le ayudó a conquistar Canaán porque confió en su poder y el pueblo obedeció sus directivas. Recordemos: Sin obediencia, no hay victorias.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

compartir por messenger
compartir por Whatsapp