“Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga.” Mateo 13:3-9.

Las enseñanzas de Jesús son fáciles de comprender, pero a la vez nos llevan a pensar más profundamente. El Señor sembró la semilla de la Palabra de Dios en todo tiempo y lugar, pero no siempre produjo el crecimiento esperado. ¿Era culpa el sembrador? No. ¿La semilla no quería crecer? Tampoco. La variable más importante para evaluar si habrá buena cosecha o no es el tipo de terreno donde se siembra.

Jesús se tomó el tiempo de explicarles a sus discípulos el significado de esta parábola en los versículos 19 al 23. Cada suelo corresponde a un tipo de corazón.

Junto al camino: “Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón” (v. 19). Este es el que solo escucha y no reflexiona sobre la Palabra, el oidor que no es hacedor, el que cree que el sermón fue muy apropiado… para la persona que no fue ese día a la iglesia. El diablo arrebata la semilla de muchas maneras. A través de argumentos falsos, con orgullo para no aceptar corrección, con auto justificación, poniendo la mirada en otros. La palabra sembrada desaparece en menos de 24 horas.

En pedregales: “El que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (vs. 20-21). El que sigue el camino de sus sentimientos. Le encanta la música que se toca en la iglesia, los sermones antropocéntricos, siente que le hace bien llorar o reír en los servicios, pero ante las burlas de los incrédulos, la presión de grupo, la pérdida de amistades o cuando todos sus deseos no son satisfechos, abandona el camino. No hay profundidad en su relación con Cristo.

Entre espinos: “El que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (v. 22). El que tiene como prioridad su carrera profesional, el trabajo, el dinero, los bienes materiales, la comodidad antes que su vida espiritual. Puede ganar el mundo pero al fin pierde su alma.

Buena tierra: “El que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (v. 23). El que abre su corazón para obedecer todo lo que dice Dios. Escucha la Palabra y enseguida busca al Señor para ayudarle a cambiar, a poner en orden sus prioridades. Quiere que otros experimenten lo que Él ha experimentado. Vive como un verdadero hijo de Dios.

¿Qué tipo de tierra somos? De ello dependerá nuestro crecimiento y los frutos que vayamos a producir. No cambiemos al Sembrador, tampoco alteremos la semilla, trabajemos en nuestro corazón para que sea buena tierra, sensible, moldeable y dispuesto a aplicar la Palabra de Dios siempre.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

compartir por messenger
compartir por Whatsapp