“Está mi alma apegada a ti; tu diestra me ha sostenido”. Salmo 63:8.

El subtítulo de este Salmo en la versión RVR1960 es: “Salmo de David, cuando estaba en el desierto de Judá.” Este salmista, como muchos otros hombres y mujeres de Dios, atravesó lo que solemos llamar un desierto, un tiempo de necesidad, de prueba. En su caso fue literal, escapando del rey Saúl y ocultándose en donde pudiera.

A pesar de las condiciones ambientales extremas en las que se encontraba, David le canta a Dios y le dice: “Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas” (v. 1). Este era su secreto, deseaba a Dios más que a nada, por eso escribe que su alma, a pesar de la situación en la que se encontraba, estaba apegada a Él.

La palabra “apegada” en hebreo es dabác que significa “asirse, adherirse, ligar, pegar, trabar, unir.” Esta es la misma palabra que se usa en 2 Samuel 23:10 cuando se menciona que Eleazar, uno de los valientes de David, tenía la espada “pegada” a su mano después de un intenso combate.

El salmista estaba adherido, agarrado de la mano derecha de Dios. Como un niño pequeño tomado de la mano de su padre, él podía caminar seguro aunque transitara por un sendero escabroso. Él sabía que amigos y familiares podían desaparecer en los momentos difíciles de su vida, pero Dios se mantendría a su lado sosteniéndolo con su diestra.

Nosotros también podemos atravesar desiertos simbólicamente hablando; momentos en donde podemos experimentar soledad, temor, ansiedad por no saber lo que nos espera más adelante. Pero debemos recordar lo que el Señor nos prometió: “No tengas miedo, porque yo estoy contigo; no te desanimes, porque yo soy tu Dios. Yo soy quien te da fuerzas, y siempre te ayudaré; siempre te sostendré con mi diestra salvadora”. (Isaías 41:10).

David confiaba totalmente en Dios; tenía motivos más que suficientes para perseverar sin desmayar. ¿Y tú?

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

compartir por messenger
compartir por Whatsapp