“Cantad salmos a Jehová, porque ha hecho cosas magníficas; sea sabido esto por toda la tierra.” Isaías 12:5.

El capítulo 12 de Isaías está escrito desde el corazón de un adorador; y nos motiva a alabar al Redentor de la humanidad por sus hechos magníficos.

La palabra “magnífica” en hebreo es gueut que significa “braveza, magnificencia, majestad, ornamento, engrandecer, alzar, levantarse, triunfar”. Una palabra apropiada para describir a un Rey en todo su esplendor y majestad. Así lo expresa también el Salmo 93:1: “Jehová reina; se vistió de magnificencia; Jehová se vistió, se ciñó de poder. Afirmó también el mundo, y no se moverá.”

Los salmos describen la grandeza de Dios en la historia de su pueblo. Las canciones de los salmistas nos hacen recordar las cosas magnificas que siempre ha hecho, a tal punto que renuevan nuestra fe y nos animan a seguir esperando cosas grandes del Señor.

Observa las palabras del rey David en reconocimiento a la magnificencia de Dios: “Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos”. 1 Crónicas 29:11-12. ¡Magnífico es nuestro Dios!

¿Puedes ver a Jesús en toda su majestad? No podemos quedarnos únicamente con la imagen de la cruz porque solo estuvo unas horas allí para consumar su obra salvadora. Él resucitó y el Padre lo exaltó hasta lo sumo para reinar por los siglos de los siglos.

Cuando Juan vio la magnificencia de Jesús cayó como muerto. Observa la descripción que hizo el apóstol: “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”. (Apocalipsis 1:12-18). ¡Aleluya!

¿Estás maravillado ante su presencia y sus hechos? ¡Que glorioso es nuestro Salvador! ¡Cómo no exaltarlo siempre! Toma tiempo hoy para alabarlo porque solo Él es digno de nuestra adoración.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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