“Los que miraron a él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados.” Salmo 34:5.

Este salmo fue escrito por David después de haber experimentado el cuidado de Dios en medio de los filisteos. Su relato nos detalla cómo intervino Dios de manera poderosa cuando él decidió poner su confianza en el Señor.

Mirar a Jesús no es un evento único. Hebreos nos dice que debemos hacerlo constantemente: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”. (Hebreos 12:2-3). Para perseverar, no cansarnos ni desmayar, debemos mantener nuestra mirada en Cristo.

En la práctica significa cambiar nuestro enfoque. En lugar de poner la mirada en las personas que nos prometieron ayuda, en las circunstancias para ver si son favorables, en los recursos que tenemos disponibles, o en nuestras propias capacidades y experiencia, es mirar con fe al Señor y recordar quién es Él.

Cuando ponemos nuestra mirada en el Señor nuestros rostros se iluminan, cambia nuestro semblante.
Cuando la carga se va de nuestra mente y corazón, cuando nos sentimos seguros en Dios, esto se refleja en nuestra apariencia. Los demás pueden ver esperanza y paz en nuestro rostro.

Nadie que haya confiado en Dios puede lamentarse de ello, ninguna persona que decida poner toda su confianza en el Todopoderoso podrá llegar a sentirse defraudado o avergonzado. David sabía que Dios jamás abandonaría a aquel que confía en Él. Dios sería su ayudador y le haría justicia a su tiempo.

Levanta tu mirada a Aquel que está sentado en su trono; al que todo lo sabe y todo lo puede, y descansa en su amor y cuidado.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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