“Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.” Mateo 26:38.

El día jueves antes de ir a la cruz, Jesús fue a Getsemaní a orar. Intentó tener el apoyo de tres intercesores en su hora más crítica, pero se quedaron dormidos. El Hijo de Dios empezó a tener sentimientos como los que hemos experimentado nosotros alguna vez: Tristeza, angustia, dolor, soledad. Jesús sabía lo que iba a enfrentar. Estaba sobre Él la presión de la inminente traición de un amigo, las burlas y sarcasmos de los judíos religiosos, los latigazos, la corona de espinas, la crucifixión, la muerte. Demasiada carga para sobrellevar.

La oración en Getsemaní fue la más difícil de hacer. Jesús todavía tenía la opción de evitar el sufrimiento y el dolor. Sin embargo, le dice al Padre que se someterá a Su voluntad. El Señor había predicado y enseñado tantas veces que el que quería ser su discípulo debía “negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguirle”. Ahora había llegado su hora, renuncia voluntariamente a conservar su vida y va a la cruz con el propósito de traer salvación a la humanidad perdida en sus pecados.

Jesús no oró pidiendo que la muerte fuera rápida, que los soldados se olvidaran la corona de espinas, que Pilato no lo mandara a azotar. No, sabía que debía pasar por todo esto para que la Escritura se cumpliese al pie de la letra. El Padre no lo libró, pero le envió ayuda. Dice Lucas 22:43: “Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.” 

Nunca vamos a sufrir lo que sufrió Jesús, pero su oración probablemente la tengamos que hacer varias veces. Como humanos, nuestra voluntad puede jugarnos una mala pasada. En nuestra mente sabemos lo que Dios quiere que hagamos, pero a la hora de obedecer, decidimos lo que es más confortable, menos riesgoso, lo que no traiga confrontación y nos permita estar tranquilos. 

Nuestros sentimientos y deseos muchas veces son contrarios a los de Dios. Hay una lucha interior entre lo que nosotros queremos y lo que Dios nos está pidiendo. En esos momentos es cuando debemos hacer la oración de Jesús: “Padre, que se haga tu voluntad y no la mía”. Él mismo nos dijo: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo 26:41).

Hay respuesta celestial para ayudarnos a obedecer a Dios. Tal vez no veas un ángel descender del cielo, pero el Espíritu Santo que habita en ti te recordará que Dios dijo que “somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó”.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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