Cuando leemos los Salmos, podemos identificarnos con mucho de lo que dicen sus autores. Ellos fueron tan humanos como nosotros y pasaron por las mismas dificultades aunque en contextos diferentes. Sus alegrías, victorias, declaraciones de confianza se pueden asemejar a las nuestras, pero también sus luchas, angustias, inquietudes y hasta su desesperación. 

Una de las preguntas más repetida en los Salmos es: “¿Hasta cuándo Señor?” Podemos encontrarla en los Salmos 6:3; 13:1-2; 35:17; 74:10; 79:5; 80:4; 89:46; 90:13. David, Asaf, los hijos de Coré vivieron momentos difíciles y aun sabiendo que Dios les había prometido la victoria, el “mientras tanto” se les hacía complicado de sobrellevar. 

Hoy, la pregunta “¿hasta cuándo Señor?” puede estar en nuestras mentes debido a las circunstancias que atravesamos. ¿Hasta cuándo durará esta crisis? ¿Cuándo veré cumplida tus promesas? ¿Cuánto más tengo que esperar?

Según Romanos 5:3 “… la tribulación produce paciencia”. ¿Cómo es posible? El versículo 5 lo explica: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”. El Espíritu Santo produce en nuestro carácter la paciencia necesaria para poder esperar.

La palabra paciencia en el original griego es hypomone y significa mucho más que mero aguante; es el espíritu que nos hace vencedores, que no se limita solo a resistir pasivamente, sino que vence activamente todas las pruebas que debamos pasar. La paciencia “es el espíritu que desafía y conquista”. 

En estos tiempos necesitamos esa paciencia. Paciencia para seguir confiando, paciencia para esperar una respuesta de Dios, paciencia para entretener a los niños, paciencia para seguir respetando las recomendaciones de higiene y seguridad, paciencia porque este proceso puede ser más largo de lo que imaginamos… No es una virtud que nosotros podamos fabricar contando hasta diez. Realmente es parte del fruto del Espíritu Santo en nuestro carácter desde el momento en que nos sometimos a Él para ser como Cristo. Gálatas 5:22 dice: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, ¡paciencia…!” 

La cuestión no es pedirle a Dios que nos dé paciencia ¡y ahora mismo…! porque no es un don que viene del cielo, sino un fruto como resultado del trabajo en conjunto con el Espíritu Santo. Entonces la clave es someternos más a la guía y control del Espíritu en nosotros. 

Alimenta tu relación con Él, empieza a escuchar más su voz, obedece cuando te diga que estés quieto, que no desesperes, que tiene el control. Para que esto sea posible, comienza tu día disponiendo tu corazón a Él y viviendo a la expectativa de lo que hará contigo y verás como la paciencia será el resultado de la transformación que el Espíritu Santo producirá en tu carácter.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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