“Entonces hizo un azote de cuerdas y expulsó del templo a todos, y a las ovejas y bueyes; esparció las monedas de los cambistas y volcó las mesas, y dijo a los que vendían palomas: ‘Saquen esto de aquí, y no conviertan la casa de mi Padre en un mercado’”. Juan 2:15-16.

El templo era un caos. Se escuchaban balidos de animales, los gritos de los vendedores, anuncios de los cambistas de dinero y las quejas de los que venían a adorar a Dios. Era una confusión generalizada y en medio de ese desorden aparece Jesús.

¿Cómo te imaginas al Señor en ese momento? ¿Lleno de ira, dando latigazos a la gente, rompiendo todo y gritando? ¿Realmente fue así?

Jesús no tuvo un arrebato de ira, ni actuó movido por un impulso carnal. En el v. 15 leemos que el Señor se hizo un azote de cuerdas. Un látigo no se arma en unos segundos, tomó un poco de tiempo. Debió trenzar las cuerdas y unirlas fuerte para que no se rompieran. Me imagino a Jesús probando el látigo contra el piso. Entonces empezó a poner las cosas en orden. Echó fuera a todos los que habían convertido el lugar de adoración a Dios en una cueva de ladrones (Mateo 21:13); incluso sacó a los animales. ¡Increíble que estuvieran dentro del templo!

En ningún momento Jesús azotó a una persona. El látigo le sirvió para llamar la atención y mostrar autoridad. Entonces volcó las mesas de los cambistas y reprendió a todo el que estaba haciendo negocios. El Señor tenía derecho a hacerlo por ser judío, pero sobre todo por ser el Hijo de Dios. Una vez que hubo limpiado el templo, entraron los que realmente querían adorar a Dios. Incluso Jesús pudo sanar a mucha gente. “Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó”. (Mateo 21:14).

Siempre mencionamos este pasaje al referirnos a los negocios literales que “mercaderes” del evangelio llevan a cabo en algunos templos actualmente, sin embargo, pocas veces lo aplicamos a nuestra vida personal. Ahora nosotros somos el templo del Espíritu Santo (1 Co. 3:16,17; 6:19) y debemos vigilar que nada se interponga en nuestra relación con el Señor.

Cuidado con ser “cambistas” con Dios: “Dame más y te daré más”. “Responde mi oración para que pueda creer”. “Dame el ministerio que merezco y asistiré regularmente a la iglesia”. Si somos verdaderamente hijos de Dios, nuestra relación con Él no es comercial y tampoco se basa en exigencias de nuestra parte.

No permitamos que nada contamine nuestra devoción al Señor. Que nuestras acciones se correspondan con nuestra identidad: Hijos de un Dios Santo.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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