“Y descendió con ellos, y se detuvo en un lugar llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que había venido para oírle y para ser sanados de sus enfermedades; y los que habían sido atormentados de espíritus inmundos eran sanados. Y toda la gente procuraba tocarle, porque poder salía de él y sanaba a todos.” Lucas 6:17-19.

No es de extrañarse que grandes multitudes siguieran a Jesús. ¡Quién no quisiera estar con Él aunque sea unos minutos! Los Evangelios destacan que se ocupaba de todos, ¡sí, de todos! Él sabía los nombres de cada uno y también cuáles eran sus necesidades.

Si lees otros pasajes te darás cuenta que el Señor trataba cada caso personalmente. Nunca envió una palabra de sanidad o liberación para una región. No, el Señor tenía contacto directo con los que venían a Él. Los miraba a los ojos y les daba una palabra. Él quería una relación personal con cada uno. Si alguna vez mandó una palabra para sanar a alguien fue porque ya había tenido contacto con el que vino a pedir ayuda. Pregúntale a la mujer siro fenicia o al centurión romano. Siempre hubo contacto directo.

Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos. Siempre fue, es y seguirá siendo un Salvador personal. Él conoce a cada uno de sus hijos; no solo sus nombres sino sus anhelos más íntimos, sus necesidades, sus debilidades y fortalezas. Sigue dando palabras de ánimo, esperanza, fortaleza, palabras que guían. También nos corrige individualmente cuando nos deslizamos, nos trae de vuelta al redil cuando nos descarriamos, y venda nuestras heridas cuando nos lastimamos.

Jesús tiene mucho que decirnos, mucho que darnos, pero es necesario querer ir a su encuentro. Jesús no iba casa por casa rogándole a la gente que creyera en Él. El Señor respondía a los que “venían a Él”.

¡Cuántas veces habremos dejado a Jesús con las palabras en su boca! ¡Cuántas bendiciones se quedaron en sus manos porque no teníamos tiempo para Él, estábamos demasiado ocupados! Ser parte de la “multitud” no es suficiente para ser bendecido, Jesús quiere atendernos de manera personal.

Presta atención, ajusta tus oídos espirituales. ¿Puedes escucharlo? Creo que te está llamando por tu nombre. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” (Ap. 3:20). Parece que tienes una invitación a una cena ininterrumpida con el Rey. Yo que tú no me la perdería.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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