“Y Jehová pague a cada uno su justicia y su lealtad; pues Jehová te había entregado hoy en mi mano, mas yo no quise extender mi mano contra el ungido de Jehová”. 1 Samuel 26:23.

David se encontraba en el desierto de Zif escondiéndose del rey Saúl que quería matarlo. Al llegar la noche David fue a espiar el campamento del rey y tanto Saúl como el ejército de tres mil hombres estaban durmiendo “porque un profundo sueño enviado de Jehová había caído sobre ellos.” (v. 12). ¡Tremenda ayuda divina!

David y dos de sus guerreros se acercaron sigilosamente hasta el lugar donde estaba Saúl y uno de ellos le dijo a David: “Hoy ha entregado Dios a tu enemigo en tu mano; ahora, pues, déjame que le hiera con la lanza, y lo enclavaré en la tierra de un golpe, y no le daré segundo golpe” (v. 8). Pero David se lo impidió y solo tomaron la lanza y la vasija de agua del rey y se fueron silenciosamente. ¿Habría hecho bien David en dejar vivo a su enemigo? ¿No era esa la oportunidad perfecta para terminar con su persecución?

David tenía una visión diferente. Él sabía que el Señor se iba a encargar de Saúl y esa situación fue permitida para mostrar misericordia y perdón. Al amanecer, David despertó a gritos a Saúl y le mostró su lanza y su vasija como evidencia de que pudo vengarse de él, pero no lo hizo. Saúl solo pudo decir: “He pecado; vuélvete, hijo mío David, que ningún mal te haré más, porque mi vida ha sido estimada preciosa hoy a tus ojos. He aquí yo he hecho neciamente, y he errado en gran manera” (v. 21). Dicho y hecho. Fue la última vez que Saúl salió a perseguir a David. La historia bíblica dice que Saúl murió en una batalla y David fue rey de Israel.

Esta historia nos enseña que cuando entregamos nuestras causas a Dios, Él nos hace justicia. Pablo, un imitador empedernido de Cristo, dijo: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. (Romanos 12:19-21).

Si alguien ha actuado injustamente contra ti, entrégale esa situación al Señor y espera en Él. La venganza jamás detiene una disputa. Cambia la amargura por la paz y el gozo que el Señor derrama en los corazones de aquellos que esperan y confían en su justicia.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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