“Y fueron ayudados contra ellos, y los agarenos y todos los que con ellos estaban se rindieron en sus manos; porque clamaron a Dios en la guerra, y les fue favorable, porque esperaron en él.” 1 Crónicas 5:20.

Canaán fue la tierra que Dios les prometió a Abraham, Isaac, Jacob y su descendencia. Aunque tenían esta promesa divina, ellos debían hacer su parte: conquistarla. Tenían que enfrentar algunas batallas, limpiar el territorio, reconstruir y no permitir que los enemigos volvieran a apoderarse de ese lugar. El desafío parecía demasiado grande, pero Dios no solo les había prometido la tierra sino estar con ellos a cada paso. Las guerras serían sus guerras y las victorias serían sus victorias.

Las tribus de Rubén, Gad y una parte de Manasés tomaron la tierra del lado este del Jordán. Era un territorio muy espacioso para el innumerable ganado que tenían, pero estaban más expuestos a los enemigos de oriente. Sin embargo, no se amedrentaron. “Los hijos de Rubén y de Gad, y la media tribu de Manasés, eran hombres valientes, que traían escudo y espada, que entesaban arco, y diestros en la guerra” (1 Cr. 5:18). Estos israelitas eran tremendos guerreros, sin embargo, el secreto de sus victorias no radicaba en sus habilidades. El v. 22 dice: “porque la guerra era de Dios”. ¡El Señor peleaba por ellos!

Está claro que tenían ayuda sobrenatural porque “clamaban” a Dios. Esta palabra en hebreo es zaác que significa “convocar públicamente, bramar, dar voces, gritar, proclamar”. Estas no eran oraciones tímidas y silenciosas, esta gente le dejaba saber a Dios en voz alta cuáles eran sus preocupaciones y temores.

Además, supieron “esperar” en Él. Es la palabra hebrea batakj que significa “apresurarse a refugiarse, confiar, apoyarse, tener esperanza, fiarse, estar seguro y tranquilo”. Una vez que clamaban con todas sus fuerzas, ponían toda su confianza en el Señor. Era una espera activa; no se quedaban de brazos cruzados.

Clamar con pasión y esperar activamente. ¿Qué podría salir mal? Ese era el secreto de sus victorias, sin embargo, estas dos tribus y media comenzaron a abandonar el clamor y “se rebelaron contra el Dios de sus padres, y se prostituyeron siguiendo a los dioses de los pueblos de la tierra, a los cuales Jehová había quitado de delante de ellos” (v. 25). ¿A alguien se le podría ocurrir que Dios les seguiría ayudando en sus batallas? No. “Por lo cual el Dios de Israel excitó el espíritu de Pul rey de los asirios, y el espíritu de Tiglat-pileser rey de los asirios, el cual transportó a los rubenitas y gaditas y a la media tribu de Manasés, y los llevó a Halah, a Habor, a Hara y al río Gozán, hasta hoy” (v. 26). Ay… qué final.

Tremenda lección para nosotros. Dios pelea nuestras batallas cuando clamamos y esperamos solo en Él, pero cuando ponemos nuestra confianza en las promesas humanas, los bienes materiales o nuestras fuerzas ya no tendremos victorias. Estaremos a merced de las circunstancias, las personas e incluso del mismo diablo.

Las victorias volverán a ser una realidad en nuestras vidas si nos volvemos a Dios y desechamos todo aquello que tomó su lugar. “No hay semejante a ti, oh Jehová; grande eres tú, y grande tu nombre en poderío”. Jeremías 10:6.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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