“Y uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó.” Lucas 22:50.

No sé lo que tú crees, pero yo pienso que Pedro no quería cortarle la oreja al siervo del sacerdote, ¡quería matarlo! Le apuntó a la cabeza y erró. No veo al pescador con habilidades de espadachín, pero cuando se enfrentó a una situación de peligro, reaccionó sin pensarlo demasiado.

Juan fue sumamente preciso al describir la situación: “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco.” (Juan 18:10). ¡Fueron momentos imposibles de olvidar!

Sospecho que el siervo del sacerdote fue impactado por el milagro. Debe haber pensado: ¿Cómo es posible que Jesús, a quien fuimos a arrestar, se ocupara de sanar mi herida? ¿Por qué pensó en mi situación en lugar de salir corriendo como lo hicieron los discípulos? Acaso, ¿yo no era un enemigo para Él?

La única respuesta es el amor de Jesús. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros… Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.” (Romanos 5:8,10). El Señor fue a la cruz por todos. Por Pedro, por Juan, por su madre María, por Malco, por los soldados romanos, por ti y por mí para salvarnos y darnos vida eterna.

No sabemos nada más de Malco. ¿Habrá aceptado a Jesús como su Salvador? ¿O se habrá burlado de Él en el sanedrín? ¿Se habrá arrepentido de sus pecados? Muchos piensan que si después de este incidente no se lo menciona más, ni siquiera en la tradición judía, no llegó a ser cristiano. Puede ser. Actualmente hay muchos “Malcos” que también fueron sanados y tocados milagrosamente por el Señor y sin embargo siguen indiferentes a Jesús.

El Señor sigue actuando con misericordia, pero no son sus intervenciones poderosas las que salvan. La salvación es el resultado de reconocer que somos pecadores, arrepentirnos de haber fallado a Dios y aceptar que el único que puede perdonarnos y darnos una vida nueva es Jesús. Entonces podremos decir como Jeremías: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.” (Lamentaciones 3:22-23).

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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