“Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” Génesis 22:7.

Cuando leemos la historia del sacrificio de Isaac, siempre nos enfocamos en Abraham… ¡Qué prueba para un padre! Pero, ¿quién se pone en los zapatos de Isaac? Ya tenía edad suficiente para saber contar: Hay leña, hay cuchillo, hay fuego, pero falta algo más… Estaba claro para Isaac que sin cordero no había sacrificio, sin animal no había adoración. Entonces hizo la pregunta que su padre no quería escuchar.

¿Cómo decirle a su hijo amado que Dios estaba probando su fe hasta el punto de sacrificarlo a él en el altar? ¿Qué palabras usar? Entonces Abraham proclama lo que Dios iba a hacer: “¡Dios se proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío!” (v. 8).

Abraham tenía claro que Dios le había prometido una descendencia innumerable a través de su hijo Isaac. Entonces, si debía entregarlo en sacrificio, Dios mismo lo iba a resucitar. ¡Sus promesas siempre se cumplen! Wow, Abraham, con razón te llaman “el padre de la fe”.

Mientras Abraham e Isaac seguían caminando hacia la cumbre del monte Moriah, los dos tenían un solo pensamiento: ¿Cómo hará Dios para proveernos el cordero en ese lugar? La caminata fue larga y al llegar, Abraham ata las manos y los pies de Isaac y lo pone sobre el altar. Parece ser que era un hijo muy obediente y también creía en el Señor como su padre. No dice la Biblia que Isaac huyó por el campo y Abraham tardó tres días en encontrarlo… No hay diálogo hasta que el patriarca levanta el cuchillo y aparece un ángel del cielo diciéndole: “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (v. 12).

Isaac respira aliviado. ¡Solo era una prueba! E inmediatamente ven un carnero entre los arbustos. ¡Dios proveyó el sacrificio! “Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo” (v. 13). Isaac se quedó con la mirada fija en el sacrificio mientras se consumía, y seguramente pensó: “Ese cordero me sustituyó… Era yo el que iba a ser sacrificado”.

Según la ley de Dios, todo pecador debe morir. Éramos nosotros los que debíamos morir sacrificados. Pero hubo una sustitución. Jesús se ofreció como el Cordero en nuestro lugar. Su sacrificio nos dio vida eterna y absolución total de nuestros pecados. ¡Aleluya! ¡Gracias Señor por tu gran amor! ¡Cómo no agradecerte y adorarte eternamente por tu obra perfecta! ¡Cómo no unirnos a la alabanza celestial que recibirás por los siglos de los siglos! “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos”. Apocalipsis 5:12-13.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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