“Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia.” Hebreos 5:8.

Cuando Jesús estaba orando en el huerto de Getsemaní, expresó lo que sentía con total claridad. Sabía lo que implicaba ir a la cruz. En su oración le dijo al Padre: “… si es posible, que pase de mí esta copa tan amarga…”, pero termina con esta frase: “… pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. (Mt. 26:39). Por encima del sufrimiento que le esperaba, estaba su obediencia al Padre.

La palabra obediencia usada aquí es hypakoé que significa “escuchar con atención, dar oído, acatamiento, sumisión”. Es decir, que una persona obediente es aquella que hace exactamente lo que se le pide.

Jesús fue obediente hasta la muerte: “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Fil 2:8). ¿Hasta qué punto nosotros estamos dispuestos a obedecer a Dios?

La obediencia es la evidencia externa de nuestra relación con el Señor. Es fácil decir que le amamos, pero si es así, lo demostraremos obedeciéndole.

Obedecer muchas veces significará tener que hacer lo que no queremos: Perdonar, amar, servir, reconocer, disculparnos, soportar, esperar, perseverar… Para crecer, madurar y dar los frutos que Dios espera de nosotros, debemos decidir hacer la voluntad de Dios antes que la nuestra, sometiendo nuestro orgullo, ambiciones, justicia propia, autosuficiencia, entre otras cosas.

La obediencia se aprende, no se hereda ni se recibe como un don. Por eso, cada cristiano fiel deberá pasar por esa “escuela”.

¿Qué te ha dicho Dios últimamente que debes hacer? ¿Qué palabra Dios habló a tu corazón y todavía no has puesto en práctica? Obedece al Señor aunque no entiendas todo lo que te está pidiendo. No retrases tu crecimiento y no pierdas las bendiciones que el Señor tiene para tu vida al obedecerle.

Cortesí­a Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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