“Respondió el hombre, y les dijo: Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepáis de dónde sea, y a mí me abrió los ojos”. Juan 9:30.

Cuando esté en la eternidad con Cristo y su Iglesia, voy a sentarme al lado de este hombre ciego sanado por Jesús para que me cuente esta historia con lujo de detalles. He leído docenas de veces este pasaje y siempre disfruto el relato. Puedo imaginarme la escena y me gozo por lo que hizo Jesús en él. También admiro su valentía y sagacidad para enfrentarse a los religiosos hipócritas de su época.

Por favor, lee todo el capítulo 9 del evangelio de Juan, despacio, frase por frase, y no te pierdas ningún detalle de esta maravillosa historia. El relato comienza con una pregunta para Jesús. La gente tenía la idea que si alguien nacía con alguna discapacidad o enfermedad era como consecuencia del pecado sus padres. Tremendo error que Jesús se encargó de corregir. El Señor dijo que esta enfermedad tenía el propósito de glorificar a Dios. ¡Y vaya si lo hizo!

Creo que este ciego jamás se imaginó los problemas que iba a enfrentar al ser sanado. Los religiosos de esa época lo abrumaron con preguntas, investigaron la vida de sus padres, y al final ¡lo expulsaron de la sinagoga! Para mucha gente, su situación era mejor cuando estaba ciego que ahora que había sido sanado por el Mesías. Increíble…

Este hombre confrontó a los religiosos de tal forma que hasta hay detalles de humor y sarcasmo que me hacen reír. “¿Por qué me preguntan tanto? ¿Quieren ustedes también hacerse discípulos de Jesús…?” Uf, eso los enfureció, y siguieron acosándolo: “¡Nosotros no sabemos de dónde es Jesús ni de dónde procede!” “¿En serio? ¿Ustedes los sabelotodo no saben quién es el que me sanó milagrosamente…?” ¡Tenían al Mesías, el Hijo de Dios frente a sus narices y no le conocían!

Hoy hay muchos que pueden hablar de Jesús; conocen sus historias pero no le conocen a Él. En contraste, hay personas que con sencillez y humildad se han acercado al Señor y les ha dado vista espiritual. Son los que, como el ciego sanado, pueden adorarle porque han conocido al Salvador de sus vidas. “Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró” (v. 38).

Que el Señor nos use para guiar hacia Él a los que están ciegos espiritualmente porque es el único que puede darles vista. Él dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos…” (Lucas 4:18a).

Cortesí­a Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

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