¡SOY PERDONADO!

“Te digo que sus muchos pecados han sido perdonados, por eso ella me demostró tanto amor; pero una persona a quien se le perdona poco demuestra poco amor.” Lucas 7:47.

¿Irías a comer a la casa de alguien que es parte de un grupo religioso que busca algún motivo para matarte? Hum… lo pensaríamos más de una vez… Lo cierto es que Jesús fue, compartió tiempo con ellos e incluso participó de una buena comida. En medio de ese acontecimiento, una mujer pecadora conocida por toda la ciudad, entró a la casa, abrió un frasco de perfume carísimo, lo derramó en los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Los prejuiciosos no tardaron en pesar toda clase de cosas. ¿Cómo Jesús permite que una mujer con ese estilo de vida se acerque a Él y le toque?

Para los religiosos, la pecadora estaba contaminando a Jesús; pero para Él era tiempo de salvación. Mientras los fariseos todavía estaban discutiendo si Jesús era realmente el Mesías Salvador, esa mujer recibió el perdón de todos sus pecados y fue justificada en ese mismo momento.

¡Qué bueno que Jesús no se intimidó, no se avergonzó, ni actuó condicionado por el “qué dirán”! La verdad es que Jesús no contabiliza o clasifica nuestros pecados. Si nos arrepentimos de todo corazón, Él nos perdona. ¡Dice la Biblia que no se acuerda más de ellos! Miqueas 7:19 dice: “… Sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.”

Ahora, ¿qué espera Jesús que hagamos una vez que hemos sido perdonados? ¿Estará feliz si seguimos pidiendo perdón por aquello que ya limpió en nuestras vidas? ¿Nos sentiremos menos culpables si seguimos insistiendo en la necesidad de perdón? La verdad es que no. Lo que Jesús quiere es que aceptemos su perdón, creamos que nos ha perdonado, dejemos el pasado atrás y caminemos de su mano hacia adelante.

Los que realmente saben el valor que tiene el perdón de Jesús no quieren volver a pecar, ni siquiera lo piensan, jamás retrocederían. Ellos son los que “aman más” porque reconocen de donde los sacó el Señor. Los fariseos que se autoproclamaban justos seguían cargando con el peso de la culpa y buscaban en las obras la forma de aliviar sus conciencias.

“No hay ni un solo justo” que lo sea por sus propios méritos. Todo es obra exclusiva de nuestro amoroso Dios. Cuando aceptamos al Señor como nuestro Salvador, Él nos ve cubiertos por la justicia de Cristo. Nadie puede hacer suficiente bien para merecer su salvación. ¡Solamente Jesús nos hace libres! Dale gracias por su perdón y gózate en lo que Cristo hizo por ti.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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