“Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo mira de lejos”. Salmo 138:6

En este Salmo descubrimos, en pocas palabras, la manera de proceder de Dios con dos grupos muy diferentes de personas: los humildes y los altivos.

La palabra humildad en hebreo es shafál y hace alusión a las personas que han abatido su orgullo, que su altivez ha sido rebajada hasta el piso, que han tirado por tierra su soberbia. Tienen la disposición a escuchar el consejo de Dios y obedecerlo a pesar de ir contra sus propios gustos o beneficios personales.

El salmista dice que Dios “atiende” al humilde. Lo observa en sus luchas y prepara una salida a tiempo. Lo levanta cuando ha tropezado. Le da fuerzas cuando parece que es imposible seguir adelante. Le promete una recompensa eterna, porque solo los humildes recibirán la tierra por heredad.

Dios se goza con los humildes porque tienen un corazón dócil y están siempre dispuestos a aprender y obedecer. ¡Qué fácil es para Dios tratar con personas así!

Pero también está el grupo de los “altivos”. Esta palabra en hebreo es gaboáj y significa “elevado, alzado, arrogante; ponerse en alto, sobrepasarse, querer ser sublime”. Sabemos que Dios es amor, pero al altivo “lo mira de lejos”. No hay relación con él, porque una persona altiva no busca al Señor. Como podemos leer en Santiago 4:6 y 1 Pedro 5:5: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.”

Jesús vino a ser nuestro ejemplo. Como Hijo de Dios tenía todo el derecho de mostrarse como el más grande de todos, pero nunca lo hizo. “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29).

Hoy tenemos la oportunidad de aprovechar las circunstancias que vayamos a atravesar para crecer en humildad. Como diría Juan el Bautista: “Es necesario que el crezca y yo mengüe” (Juan 3:30).

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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